Sociedad
Activistas cubanas refugiadas en Argentina: “Si no puedes poner los derechos sobre la ideología no eres tan humano”
María de los Angeles Matienzo Puerto y Kirenia Yalit Núñez Pérez llegaron a Buenos Airescon un programa de la Fundación Cadal para recuperarse física y psíquicamente tras más de un año sitiadas en su casa de La Habana y ser intimidadas por el régimen
Sólo ahora caminan por las calles de Buenos Aires sin sobresaltarse cada vez que cruzan la mirada con algún transeúnte o ven a alguien sacarse una selfie y apuntarles sin querer. Fueron más de dos años de hostigamiento y persecución, donde cualquier extraño podía ser un espía del régimen. Un año y medio exacto desde que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la Organización de los Estados Americanos (OEA) dio lugar a una medida cautelar por considerar que se encontraban en situación de gravedad y urgencia de daño irreparable a su derecho a la vida y la integridad, sin que por eso cesaran las intimidaciones del gobierno cubano: la periodista y escritora María de los Angeles Matienzo Huerto y la psicóloga y activista Kirenia Yalit Núñez Pérez vivían sitiadas en su casa de La Habana, con un represor asignado por el Estado para controlarlas.
María y Kirenia son pareja y llegaron a la Argentina el último 27 de agosto gracias a un programa inédito de la fundación Cadal –una ong comprometida con los Derechos Humanos y la solidaridad democrática internacional– junto a la Elisabeth-Selbert-Iniciative, una iniciativa impulsada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania que se construyó con ellas, de manera artesanal. Sólo en diciembre pasado tomaron conciencia de que necesitaban salir un tiempo de Cuba –y de la vigilancia del régimen– para sanar física y psíquicamente. Fue entonces cuando comenzaron a pedir asistencia a distintas organizaciones internacionales. “Fue un proceso de meses, porque aunque mucha gente está dispuesta a ayudar cuando una hace activismo, es difícil que entiendan que somos humanas y a veces también necesitamos parar. Fue difícil entenderlo para nosotras, entender que necesitábamos ayuda”, dice Kirenia a Infobae en un patio caluroso de Palermo que por un momento tiene el aire de la tierra que tuvieron que dejar para poder sanarse.
“Después de estar sometidas tanto tiempo, encontrar cierta paz aquí fue un gran alivio, pero no es algo tan lineal –explica la psicóloga de 41 años–. Yo me traje conmigo esos miedos, ese reflejo de estar constantemente observando quién me mira o quién me habla. Y hasta quitarme esa sensación pasaron días. Ahora lo puedo decir, pero entonces no fui consciente del proceso que estaba viviendo”. Kirenia dice también que ahora están casi recuperadas, y ese casi es porque aunque tengan “el cuerpo acá, el pensamiento y el corazón están en Cuba”, que aunque hoy se sientan “a salvo”, no pueden desprenderse del dolor por su gente querida que quedó “del otro lado”.
A María, de 43 años, le llevó semanas sobreponerse a los ataques de pánico. Si pudo hacerlo fue gracias al acompañamiento de una psiquiatra que trabajó con sobrevivientes de la última dictadura militar en la Argentina y se especializó en la atención de pacientes que llevan el trauma de haber sufrido violaciones a sus derechos más elementales. “Cuando nos miran o vemos a la policía, pensamos que podemos ser interceptadas. La paranoia está ahí y cuesta. La primera vez que quise salir sola a la calle –porque nosotras somos pareja, pero tenemos intereses diferentes– me pasé tres horas hasta que lo logré”, dice la autora de la antología de reportajes Apocalipsis La Habana (americans are coming) –2017– y la novela Elizabeth aun juega a las muñecas (2020), que tiene los derechos de sus libros virtualmente secuestrados por la dictadura.
Con Kirenia están juntas hace seis años y cuentan que la vigilancia permanente que sufrieron las llevó a ser a su vez muy vigilantes la una de la otra: “De ser dos mujeres totalmente independientes, hemos llegado al punto de depender de la comunicación constante porque vivimos bajo amenaza; en cualquier momento pueden detenernos y entonces cada minuto que pasa es clave”. Parte de la recuperación consistió en eso, en recuperar –después de su libertad–, su independencia.
María y Kirenia crecieron en familias revolucionarias, pero la censura y la muerte las hicieron alejarse de su ideología de cuna. Y cuando abrieron los ojos –cuando se quitaron las caretas, dicen ellas– ante los horrores de la dictadura, fue imposible quedarse calladas.
–¿Cómo fue el camino hasta lograr refugiarse en Buenos Aires?
Kirenia: –Primero fue entender que pedir ayuda no nos transformaba en víctimas definitivas, porque las dos compartimos eso: no queremos sentirnos víctimas, pero a la vez lo somos. Nuestra salud estaba en riesgo y teníamos que hacer algo por nosotras para poder seguir con nuestro activismo. Pero cuando empezamos a plantearlo a diferentes organizaciones, nos dimos cuenta de que ninguna contemplaba algo así en sus presupuestos. Le agradecemos a Cadal que nos haya escuchado y acompañado, porque muchos nos apoyaban, pero no lo concebían en sus proyectos. Creo que es un camino del que hay que aprender mucho. Nosotras de pronto encontrábamos una posibilidad de salir por separado, pero no estaba pensado para una pareja. ¿Y cómo yo podía irme sabiendo que María estaba adentro?
María: –Todos éramos vírgenes. Nosotras somos las primeras en recibir este tipo de ayuda de manera transitoria y es la primera vez que una fundación como Cadal asume esta tarea con activistas. Y pasamos el proceso con las mismas tensiones, con el mismo acoso y con las mismas personas que habitualmente nos reprimen apostadas en la puerta de nuestra casa.
–Me impresiona que digas “habitualmente”. Es algo que no se dice tanto afuera, que la represión en la isla está institucionalizada.
M: –Es así, a los activistas nos asignan a un agente represor que no se identifica nunca por su nombre real, sino con un seudónimo. Hay perfiles específicos a los que les asignan mujeres, y nos acosan con técnicas diferentes. Te pueden secuestrar en el medio de la calle y retenerte durante horas sin que tu familia lo sepa, llamarte por teléfono para intimidarte y amenazarte, abrirte procesos legales. Siempre es en función de la activista a la que reprimen, y sí, es un proceso tristemente institucionalizado.
K: –El Ministerio del Interior maneja a la policía revolucionaria y la seguridad estatal y subdivide el control en secciones que nunca están claras porque no son transparentes. Sí sabemos que quienes nos reprimen pertenecen a una sección que hace llamar con el número 21. Cada represor tiene asignados dos o tres activistas del movimiento de la independencia.
–¿En qué momento sintieron que se habían convertido en activistas?
K: –Yo tuve mi primer quiebre en 2007. Era una joven como cualquier otra, estudiaba en la Universidad, trabajaba en un centro de investigación, y mi madre, que siempre había creído en la Revolución, fue presa arbitrariamente de un modo en que yo nunca pensé que fuera posible. Ella trabajaba en una farmacia y fue detenida sin pruebas, porque en Cuba se puede condenar “por convicción”, es decir, sólo porque se supone que cometiste un delito. Esa fue mi primera “quitada de careta”. Me preguntaba ¿cómo puede pasar esto en un país me ha vendido tantos años algo tan justo?
–¿Hasta entonces estabas convencida de que esa justicia era real?
K: –No totalmente, porque las nuevas generaciones, a partir de la nuestra, somos en general más críticas. Pero una lo que tiene es el adoctrinamiento que te hace creer que hay que agradecerle todo a la Revolución, porque eso es lo que te venden y no tienes información de afuera para saber que la educación y la salud gratuitas también son posibles en contextos democráticos. Cuando no tienes con qué contrastar, te crees eso: que tienes que agradecerle todo a la Revolución.
–¿Y cómo reaccionaste frente a la “quitada de careta” que fue lo que pasó con tu madre?
–Mi madre estuvo presa tres años en cárceles de horror, hasta 2009. Y yo renuncié y rompí relaciones con el centro de investigación público en el que trabajaba, por lo que me acusaron de todo lo imaginable. Y, en 2011, mi hermano de 35 años muere en circunstancias en las cuales podía haberse salvado, y en mis brazos. Muere de una broncoaspiración atendido en un policlínico donde lo dejaron tirado. Ese fue mi click definitivo: a partir de ahí, me declaré activista. En el 2012 me vinculé a la Comisión Cubana de Derechos Humanos. Así pude acceder a otra formación, a libros y a Internet gracias a que algunas embajadas nos permitían conectarnos por unas horas. Probablemente si no me hubieran pasado esas cosas, yo seguiría en el mismo lugar, pero eso me movilizó de manera irreversible para decir de aquí en más este es mi propósito de vida.
–Y en vos, María, ¿qué hizo que se despertara la activista?
M: –Yo me cansé. Me cansé de ser la no confiable, la conflictiva. Yo trabajaba en una editorial, la más importante de la isla –Letras Cubanas–, y mi salario como editora era de $285 en moneda nacional, el equivalente a exactamente diez dólares de ese momento. Toda la vida había sido la que decía las cosas menos oportunas en las reuniones, la que analizaban en la Universidad porque opinaba sobre política de una manera que no cuadraba. A mí llegaron a decirme cuando era estudiante que me callara, porque “la Universidad es para los revolucionarios”, y que yo no lo era lo suficiente. En la editorial, los viajes y el acceso a determinados libros se le permitían sólo a los “confiables”. Yo había empezado a colaborar con Habana Times, que es un medio que coquetea con los límites, y me había metido en una polémica en redes sociales. Y mi jefe me advirtió: “Me dijeron de arriba que estás hablando de más”. Yo pensé “Este es el momento”, le dije: “El viernes presento mi pedido de baja”. A la semana siguiente ya estaba trabajando en prensa independiente, en el Diario de Cuba.
–¿Y cómo lo tomó tu entorno?
M: –Tuve que sentarme con mi madre, que es muy revolucionaria, y le dije que desde que había aceptado este nuevo trabajo dormía mejor y me sentía mejor conmigo misma. Así que le dije que tenía dos opciones, o apoyarme como madre o renunciar a su hija. Ella eligió seguir a mi lado.
–¿Y cómo fue el salto a las calles, porque una cosa es el disparador en lo personal, y otra abrazar la lucha colectiva?
K: –Desde la Comisión participamos en una mesa de diálogo con jóvenes líderes de varias organizaciones, y a partir de ahí buscamos atraer más jóvenes para hacer reuniones y capacitaciones en La Habana. A pesar de que lo que hacíamos tenía que ver con la formación, era muy difícil. Cada encuentro terminaba en manifestación porque siempre nos vigilaba la policía y, como coordinadora, mi participación fue cada vez más proactiva. Ya no me alcanzaba con estar detrás.
M: –Con el tiempo aprendimos a trazar estrategias, a veces no podemos salir porque estamos rodeadas por la policía y entendemos que vamos a ser menos útiles en un calabozo que haciendo algo por la gente que cayó presa. Se trata de usar todos los mecanismos legales hasta donde el régimen lo permite, porque hay mucho que está en el Código aunque no se respete, y conocerlo nos hace más fuertes frente al acoso.
K: –Por ejemplo, una estrategia es que nunca salimos las dos a manifestarnos, porque una tiene que quedar en la retaguardia por si pasa algo. Cuba es un país altamente militarizado y sacar la cabeza del agua no siempre es lo más efectivo. Afuera se espera que nos movilicemos, pero no se dan cuenta de que no estamos saliendo a la calle en un país democrático, y el momento de la salida puede ser muy glorioso y emocionante, pero el peligro de inmolarse es muy alto.
–Volviendo a lo personal, ¿cómo se conocieron en ese contexto? ¿Cómo es enamorarse en Cuba y bajo amenaza?
K: –Fue en 2016, yo era coordinadora en la Mesa de Diálogo, estábamos trabajando en concientización sobre leyes electorales y fuimos a hacer una capacitación en Costa Rica con una organización que trabaja estos temas, que es Cubalex.
M: –¡Podemos decir que Cubalex nos empató! (risas)
–Se conocieron fuera de Cuba. A lo mejor es porque no estar en la isla les permitió bajar un poco la guardia para poder verse y encontrarse.
M: –Exacto, establecer relaciones en Cuba hoy es bien complejo. Hay muchas historias de gente que se empata y después resulta que la otra persona es un agente de seguridad y termina difundiendo sus fotos íntimas, por ejemplo. Entonces siempre hay un grado de paranoia.
K: –En mi caso fue más fuerte, porque yo hasta ese momento sólo había tenido relaciones heterosexuales, nunca había estado con una mujer. Siempre el activismo para mí había ido por un lado y mi vida privada por otro, nunca había tenido que cuidarme demasiado en ese aspecto. Y de pronto salir así fue muy fuerte.
M: –Yo soy todo lo contrario, siempre fui más transparente, bailaba en las discotecas… ¡A mí me encantaba bailar y me quitaron hasta eso, porque yo estos años dejé de bailar!
–La persecución a las personas homosexuales es un hecho concreto en Cuba, ¿cómo fue lidiar con eso al salir del clóset?
K: –La persecución existe, pero cuando ya vives perseguida por tu activismo, la sensación es que nada puede ser peor, entonces por lo menos una se arriesga a ser feliz en algún plano. Una de las cosas interesantes que aprendí es que cuando la seguridad del Estado ve a un activista preparado que puede decirle, como hice yo muchas veces, “estás violando tal artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos”, se limitan un poquito. Eso no quita que sean vulgares y violentos.
M: –Es que la amabilidad y el respeto del torturador no existen. Nosotras somos visibles, podemos redactar un tuit coherente y contar lo que pasa, en nuestro caso se dictó una medida cautelar que fue muy fuerte. Pero desde entonces percibimos en el trato una amabilidad que da más miedo. El verdugo nunca es amable.
–No las vamos a matar, pero las vamos a torturar psicológicamente de todas las maneras posibles.
K: –Exacto.
M: –En este último año nosotras hemos sufrido hasta amenazas sobre nuestras familias para que nos dejen de apoyar.
–¿Sus madres siguen siendo revolucionarias?
K: –Incluso después de su experiencia, mi madre trató de justificar al régimen. Es muy difícil para ciertas generaciones reconocer, primero, que fueron engañadas, que dejaron el pellejo trabajando y formándose para algo que fue un espejismo. Es muy complejo que cambien, aún cuando dentro de su conciencia lo sepan. Lo que cambió a mi mamá con totalidad fue que fueran a reprimirme a la casa. A partir de ahí fue “si tocan a mi hija, no cuenten conmigo”. El último tiempo que viví con ella, enferma de cáncer se enfrentaba a las autoridades en la puerta y decía: “Llévame a mí, a mi hija no me las vas a llevar”. Y yo decidí irme, porque no podía exponerla ni dejar de hacer; eso le costó, pero creo que hizo parte del camino conmigo. Por lo menos hoy puede decir: “Mi hija está haciendo algo que vale la pena y no es sólo para ella”.
M: –Mi madre sigue siendo militante del partido y revolucionaria. Yo me entero a destiempo siempre de los interrogatorios a los que es sometida, porque no me lo dice ella. Pero su discurso es constante: “Ella es mi hija, somos adultos. Respetamos lo que ella piensa como ella nos respeta a nosotros”. Cuando estamos en familia no hablamos de política, porque tenemos razones diferentes para creer. Yo sigo pensando que hay una negación en ella, porque hay un estado de cosas que ya no se puede tapar en Cuba. Pero sigue siendo una romántica empedernida, entonces niega.
–Me quedé pensando en lo de tu hermano, Kirenia. También en que parte de la recuperación de ustedes ahora consiste en atender acá sus problemas médicos. Es decir que el sistema de salud cubano tampoco es la panacea de la que se hace tanto marketing.
K: –No, para nada. Eso es un mito, quedó en el tiempo. Porque en Cuba hay una crisis sanitaria tremenda. Los insumos médicos son limitados, entonces la medicina es gratis, pero no tanto.
M: –Es así, sólo cuando llegas con dinero, los médicos pueden hacerte las pruebas necesarias, y a veces ni siquiera sirve el dinero. Por eso parte de nuestra sanación en la Argentina es visitar médicos, porque además hoy en Cuba no es seguro para los activistas atenderse: tenemos casos de amigas a las que les han inoculado virus o bacterias o les han dado malos diagnósticos. Hace poco se destapó el caso de un oncólogo que era agente del servicio secreto: ¡ubícate que estés entregando tu vida y tu confianza a un tipo que responde más al gobierno que a su profesión!
K: –Es entregar tu cuerpo y tu privacidad a alguien que en vez de estar ahí para curarte, busca utilizar lo que te pasa. Aquí vimos médicos clínicos, oftalmólogos, ginecólogos, odontólogos. Descubrimos que padecemos cosas de las que no teníamos idea. Y sobre todo, nos encontramos con un trato diferente, que nos pregunten cómo estamos, qué nos pasó, que nos digan hasta donde pueden ayudarnos y cómo. Encontrar esa empatía es reconfortante.
–¿Cómo logran hacer activismo en redes estando tan controlado en acceso a Internet?
M: –En los últimos yo ni siquiera tenía servicio en mi línea de teléfono. Uno establece determinados mecanismos como comprar líneas alternativas que no estén a nombre de uno. Porque también en eso la represión es personalizada.
K: –Cuando hay acciones masivas, el control es sobre esa área. Si hay una manifestación en el cerro, bajan toda la Internet en el área. Con los años aprendimos a usar los VPN (redes privadas). Cuando llegué a la Argentina me di cuenta de que tenía mis VPN conectados a tiempo completo cuando ya no lo necesitaba, pero allá son necesarios como protección, porque son lo que te permite conectarte sin que lo detecte el servidor estatal. Ellos usan las ubicaciones para reprimir, para irte a buscar.
M: –Hay palabras clave que no se pueden enviar por SMS porque los mensajes no llegan. Todo el tiempo estamos pasando cursos de seguridad informática, como si fuéramos a trabajar de eso, sabemos qué VPN es mejor, a qué horas es mejor conectarse y dónde, tener en cuenta que detrás de tí no haya nadie para que no te localicen… es una dinámica bien paranoica.
–¿Qué les pasa cuando ven levantarse a las mujeres iraníes contra la tiranía del islam? Salvando las distancias, ella también pasan por muchas situaciones parecidas, y las nuevas generaciones son las que más se rebelan, como en Cuba.
M: –Nos genera mucha empatía. De hecho estamos viendo cómo cada vez se suman más varones a la lucha. En los últimos años, en Cuba son casi siempre las mujeres las que encabezan este tipo de manifestaciones, las que ponen el rostro, las que hablan sin miedo y sufren las consecuencias. Muchas no están presas, pero sufren otro tipo de represión contra sus hijos, por ejemplo. Les crean causas a adolescentes para encarcelarlos, y hay madres que se han vuelto como una especie de leonas contra la dictadura y sus ramificaciones.
K: –A mí lo de Irán me da mucha esperanza, porque, de repente, que estas mujeres que han sido incluso mucho más sometidas que nosotras por la cultura y la religión logren este cambio, es la señal de que estamos viviendo una revolución inmensa en todo el mundo. Y no basta con que lo hagamos sólo las mujeres. Necesitamos sumar a los hombres a esta batalla nuestra, porque es una lucha de todos.
–Ustedes además de ser activistas por los derechos y la democracia en Cuba, son feministas, ¿cómo es ver los derechos de las mujeres amenazados mientras el régimen se arroga esa lucha?
M: –Es desgastante y doloroso, somos las “no mujeres”, las invisibilizadas por excelencia: ni siquiera en la oposición se considera que visibilizar la violencia contra las mujeres es importante, porque hay cuestiones más urgentes. Fue una de las cosas que nos llevó al límite en el último tiempo, porque además del acompañamiento a los presos políticos y a sus familiares, hacemos seguimiento –yo desde el periodismo– de los casos de violencia machista, que han recrudecido muchísimo. Cada vez son más las niñas violentadas. Me tocó cubrir el caso de una niña de 5 años, cuyo padre tenía pruebas de que el padrastro abusaba de ella, y como el abusador era revolucionario y poderoso, la justicia cubana tardó 24 meses en actuar. Una agonía detrás de la que hubo una red de complicidades estatales. Las mujeres que denuncian violencia pueden terminar acusadas, como ocurrió con una pareja de lesbianas que denunció una golpiza que le dio la policía y terminaron las dos detenidas. Tuvimos otro caso tremendo de la desaparición de una adolescente, donde la única persistente en la búsqueda fue la madre. La investigación policial no tiene ningún tipo de perspectiva, le daban pretextos absurdos, como que la niña no quería regresar, o que ya la daban por muerta. A lo que ocurre con estos casos en el mundo, en Cuba hay que sumarle la arbitrariedad del régimen. Que no haya división de poderes también implica eso: no hay cómo defenderse de los abusos del Estado.
K: –En Cuba la figura que controla todo es el Partido Comunista. Si usted es miembro del partido y es abogado, responde a la Asamblea, nunca es independiente. Y pasa también que cuando una habla sobre feminismo, automáticamente la vinculan a la izquierda. Y de pronto eso genera cierta tirantez, porque la sociedad civil cubana no entiende que tiene un concepto muy limitado de lo que es ser feminista.
M: –Terminamos todas en los mismos espacios y reclamando los mismos derechos, pero muchas mujeres se niegan a decir que son feministas porque eso está identificado sólo con la izquierda. Es vivir aclarando que a pesar de ser feministas, estamos en contra de la dictadura, como si violar derechos humanos pudiera entenderse dentro de una perspectiva de género. Y las feministas revolucionarias tampoco te consideran igual, porque eres opositora. Ni hablar de temas interseccionales como la racialidad: a las mujeres negras se nos exige ser más fuertes porque vinimos en un barco esclavizadas, si sobrevivimos a eso, ¿cómo no vamos a sobrevivir a una dictadura?
–Supongo que no ayuda cierta mirada del exterior, donde se asumió que la defensa de los derechos que persiguen los feminismos también es únicamente prerrogativa de la izquierda, incluso cuando esos derechos son violados por gobiernos de izquierda.
M: –De hecho, pasó cuando hicimos una solicitada a partir de una sucesión de hechos de violencia por parte del régimen, que muchas organizaciones feministas de la izquierda latinoamericana publicaron una carta abierta en nuestra contra. Y de repente todas las mujeres que nos oponemos a la dictadura estábamos en la misma lista, como si todas tuviéramos los mismos matices.
K: –Fue ver el brazo del régimen en los feminismos latinoamericanos, de los que esperábamos apoyo, porque nosotras estábamos viviendo la violencia y no nos reconocían. Pero es que Cuba es un termómetro del nivel de humanidad frente a la ideologización: si no eres capaz de poner los derechos por sobre la ideología, no eres tan humano ni te importan tanto los derechos.