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Medio Ambiente

Cambio climático: por qué la bajante del río Paraná provoca pérdidas de US$ 250 millones anuales

Según los expertos, el río podría haber alcanzado una “nueva normalidad” que afectará lo ambiental y, de forma crítica, también lo económico.

En el término de más o menos dos siglos hemos dado vuelta, hacia atrás, las condiciones físicas del planeta literalmente millones de años. Y esto sucede por un hecho más bien simple: hemos alterado la composición de la atmósfera de manera fundamental quemando gas, carbón y petróleo.

Los mismos combustibles que han sabido ser motor de nuestras economías son los que están reescribiendo los parámetros de la Tierra, y cambiando de cuajo el marco para todas las formas de vida: la nuestra y la de las especies, animales o vegetales.

Buenos Aires y las inundaciones más graves de los últimos tiempos, en 2013. Foto: Archivo Clarín.

Buenos Aires y las inundaciones más graves de los últimos tiempos, en 2013. Foto: Archivo Clarín.

Esto nos dice el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), el órgano científico-climático de Naciones Unidas, en su nuevo informe, publicado el 9 de agosto.

Como el CO2 permanece en la atmósfera por siglos, estamos lidiando con los errores que cometieron nuestros ancestros.

La escala de los cambios recientes en todo el sistema climático no tienen precedentes en milenios. La cantidad de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera es más alta hoy que en cualquier momento de los últimos 2 millones de años. La escala de los cambios recientes en todo el sistema climático no tienen precedentes en milenios.

Por eso es que todos los días nos llegan noticias alarmantes desde lugares que parecen remotos, pero son muy cercanos. Groenlandia, esa isla misteriosa de la que casi nada sabemos, pero que contiene uno de los cuerpos de agua en estado sólido más importantes del planeta, se está desestabilizando de manera peligrosa.

Lo mismo pasa con los glaciares de nuestras montañas, lo que afecta al nivel del mar. La propia temperatura del océano ha subido, alimentando furiosas tormentas que golpean desde ciudades de Alemania hasta La Plata o Comodoro Rivadavia.

Todos estos fenómenos están asociados a la acumulación de gases que atrapan el calor del Sol en la atmósfera, haciendo subir la temperatura terrestre. Hasta el momento, ha variado 1,1°C respecto de 1850, que es cuando se puso en marcha la Revolución Industrial.

Como el CO2 permanece en la atmósfera por siglos, estamos lidiando con los errores que cometieron nuestros ancestros y que, si ahora seguimos cometiendo, condenarán para siempre a las generaciones futuras.

¿Qué nos trajo a este día después de mañana? Maisa Rojas Corradi, autora principal del IPCC, académica de la Universidad de Chile y directora del Centro de Ciencias del Clima y la Resiliencia (CR)2, es contundente: “Todo el calentamiento de los últimos 170 años, tanto en la atmósfera como en los océanos y en la superficie terrestre, lo podemos atribuir a la actividad humana”.

Cada fracción de grado cuenta

En algún momento, entre hoy y 2040, la temperatura media global llegará a 1,5°C, es inevitable, nos dice la última actualización de la ciencia del clima. Esto significa que ya hay una dinámica lanzada: la situación seguirá empeorando. El tema es hasta qué punto. Si dejaremos que se descontrole o la pararemos en seco.

Todo el calentamiento de los últimos 170 años, tanto en la atmósfera como en los océanos y en la superficie terrestre, lo podemos atribuir a la actividad humana.

El Acuerdo de París, adoptado en 2015 por más de 190 países para frenar el calentamiento global, tiene como meta más ambiciosa mantener a raya el avance de la temperatura en 1,5°C. El objetivo puede, en teoría, conseguirse. Pero, eso depende de acciones muy rápidas que están mediatizadas por emociones humanas como la codicia, la estupidez y el orgullo por sentirse ignorante.

En términos absolutamente matemáticos, si logramos reducir a la mitad las emisiones en 2030, habremos ganado gran parte de la batalla para que el mundo no se haga directamente invivible. La pregunta es: ¿Podremos?

“Nuestro futuro todavía está en nuestras manos. Algunos cambios pueden ser ralentizados y otros, limitados. El Acuerdo de París todavía es posible”, enfatiza Rojas Corradi. Pero, no hay tiempo que perder.

Cada vez que el termómetro se mueva ascendentemente, aunque sea una fracción que parezca nimia, cuenta. Es un daño irreversible más que se acumula. Y, tal como señala la climatóloga chilena, autora Principal del IPCC y académica del Departamento de Geofísica de la Universidad de Chile, Laura Gallardo, “los impactos nunca son de a uno, sino que son cadenas de impacto”.

Dicho de otro modo, los sistemas naturales no tienen crisis aisladamente, sin tocar al otro: todos están integrados. Es como cuando las fichas del dominó están en fila. Se cae una y las demás también se empiezan a caer. Por eso, ningún ecosistema nos es ajeno, ni la Amazonía ni la Antártida, por más que parezca que no los podemos palpar.

Más de 30 años de gracia

El IPCC hizo sonar todas las alarmas. Pero, ¿serán escuchadas por los gobiernos y las industrias contaminantes? Después de todo, hay que decirlo, no es la primera vez que suenan.

Ya en 1988, el científico de la NASA James Hansen alertaba al Congreso de los Estados Unidos que la temperatura estaba aumentando peligrosamente por la acumulación de CO2 resultante de la quema de gas, carbón y petróleo.

“La Tierra está más caliente en 1988 que en cualquier otro momento de la historia de las mediciones instrumentales”, fueron sus palabras entonces, tan tristemente similares a las que usa el IPCC para describir el presente.

Los sistemas naturales no tienen crisis aisladamente, sin tocar al otro: todos están integrados. Es como cuando las fichas del dominó están en fila.

Hoy somos todos los que estamos pagando el precio de un planeta alterado y menos estable. Hoy somos todos los que nos enfrentamos a la aterradora posibilidad de que las consecuencias nos golpeen con más crudeza, si no hacemos cambios profundos en nuestros sistemas de consumo y producción.

Tenemos un planeta finito al que la mente humana imaginó como inagotable. La crisis climática está mostrando la hilacha de esa falsa creencia. El Dios del consumo se está quedando sin templo.

De lo global a lo particular

 Ya no queda rincón del mundo en el que no se observen los resultados de la crisis. La Argentina no es la excepción. Lo vemos, entre otros tantos ejemplos, en la bajante del río Paraná, que ya lleva dos años y no tiene precedentes en casi 100 años.

Groenlandia. Perros polares chapotean en un territorio amenazado hoy por el deshielo. Foto: Archivo Clarín.

Groenlandia. Perros polares chapotean en un territorio amenazado hoy por el deshielo. Foto: Archivo Clarín.

Lo que ocurre allí, que forzó tanto a la Argentina como a Paraguay a declarar la emergencia hídrica, no es sólo atribuible al cambio climático. Como siempre en estas situaciones, se trata de un combo de cosas: cualquier sopa tiene más de un ingrediente. Esto es igual.

En este caso, factores como la deforestación, La Niña y la variabilidad estacional también influyen. Lo que sí es atribuible al cambio climático –y a los dramáticos cambios en el uso del suelo producidos en las zonas alta y media de la cuenca– es que estos caudales mínimos puedan ser cada vez más extremos.

En otras palabras, lo que estamos viendo hoy podría ser la nueva normalidad del Paraná. Es un dato que asusta: según datos de la Universidad Nacional de Rosario, a mediados de 2021, el delta medio del río tenía una cobertura de agua de apenas 6%, cuando en tiempos normales esta suele ser de 40%.

Si esta situación se mantiene o empeora, ¿cómo sobrevivirán las centenares de especies vegetales y animales que dependen del equilibrio de este ecosistema? ¿Qué pasará con los servicios ambientales que el humedal nos provee? ¿Cómo se abastecerá de agua a las ciudades de la zona? ¿De qué se valdrán los pescadores locales para sustentarse? ¿Con qué se alimentará a la represa Yacyretá y a las centrales nucleares de Atucha para generar energía? ¿Cómo harán los barcos para llevar los granos argentinos al mundo?

Las nuevas reglas del juego

 Las consecuencias del cambio climático son muchas y variadas. Y no sólo son sociales y ambientales, sino también económicas. A través de este Paraná que hoy agoniza de sed se exporta alrededor del 80% de la cosecha gruesa pampeana de soja y maíz durante la primavera y el verano. Barcos encallados en los lodos de un río vacío no llegan a ningún lado.

Sólo en 2020, los bajos niveles de agua supusieron un costo extra de unos 250 millones de dólares para los agroexportadores, de acuerdo a la Bolsa de Comercio de Rosario. Pero, este está lejos de ser el primer cimbronazo que sufre nuestra economía por el cambio climático, revela un informe reciente del Banco Central.

Amazonas. Millares de peces muertos a la altura de Manaos. Foto: Archivo Clarín.

Amazonas. Millares de peces muertos a la altura de Manaos. Foto: Archivo Clarín.

Recordemos la sequía de inicios de 2018, que generó una caída del PBI del 2,5%, junto con la conmoción financiera y la depreciación del peso que se produjo a partir de entonces.

Hay más también: desde 1980, sólo por inundaciones, la Argentina suma pérdidas por unos 22.500 millones de dólares.

Si la temperatura media global alcanza o supera los 3°C para fin de siglo, como proyecta el IPCC de no activarse rápido medidas para prevenirlo, el país perdería entre 3,1% y 11,3% de su PBI, alerta el Banco Mundial. Estas son las nuevas reglas del juego. Y la Argentina tiene mucho por hacer, tanto para mitigar sus emisiones, como para adaptarse a esta nueva normalidad que se impone.

Señales a los mercados

El informe del IPCC debería reescribir nuestro sistema económico, que parece muy lento en reaccionar ante la nueva realidad planetaria. La Argentina, conforme a sus políticas actuales, sigue apostando su futuro energético y económico a los combustibles fósiles.

Estos alimentan más del 80% de su matriz, son responsables del 53% de sus emisiones y se comerían, este año, un 9% de su Presupuesto Nacional. Esto ya no es una opción si queremos, como dijo el presidente Alberto Fernández en más de una ocasión, hacer del cambio climático una política de Estado y ser carbono neutrales para 2050. Tampoco es una opción si queremos asegurar nuestro desarrollo económico futuro.

Los propios “malos” del calentamiento lo están diciendo: no más gas, carbón o petróleo.

La Agencia Internacional de Energía (IEA, por sus siglas en inglés), un organismo que paradójicamente fue establecido por y para la eterna existencia del petróleo, ya advirtió que no pueden haber nuevos desarrollos fósiles si queremos limitar la suba de la temperatura a 1,5°C.

Los propios “malos” del calentamiento lo están diciendo: no más gas, carbón o petróleo. Las palabras se sintieron con fuerza en las empresas del sector. El Gobierno argentino no debería ignorarlas.

A eso se suma el mazazo que recibió Shell de una corte de la Haya, que le ordenó reducir el 45% de sus emisiones globales para 2030 versus sus niveles de 2019. Es el primer fallo que responsabiliza a una empresa por su contribución al calentamiento global y usa, para eso, al Acuerdo de París.

No será el último: otros 1.800 casos contra la industria hidrocarburífera esperan tratamiento en todo el mundo.

Al mismo tiempo, ExxonMobil y Chevron, dos gigantes petroleros de los Estados Unidos, se vieron forzados a aceptar cambios en sus directorios que los orientan a adoptar medidas para luchar contra el cambio climático.

Y, en la Argentina, un proyecto liderado por la noruega Equinor de exploración sísmica frente a la Costa Atlántica fue dado de baja por el fuerte rechazo popular que generó. El Ministerio de Ambiente nacional fue un paso más allá: anunció que no se aprobarán nuevos permisos para buscar combustibles fósiles hasta tanto no haya un plan oficial que explique los objetivos de descarbonización del país.

“Necesitamos definir claramente de dónde extraeremos los recursos energéticos, cómo lo haremos, con qué estándares y por cuánto tiempo. Es necesario y urgente darnos un diálogo honesto y realista de cómo llevaremos adelante esa transición energética”, sentenció el secretario de Cambio Climático, Rodrigo Rodríguez Tornquist.

¿Transicionar o morir?

La transición mundial hacia una economía baja en emisiones recién está empezando, pero las señales no dejan lugar a la duda: allá vamos. Y muchos países ya están adoptando políticas acordes que impactarán en la economía argentina, si la apuesta por los combustibles fósiles se mantiene firme.

Un ejemplo: días atrás, el gobierno de los Estados Unidos informó que restringirá su apoyo a la financiación de gas y carbón en los bancos multilaterales de desarrollo. La decisión puede repercutir en el financiamiento de proyectos nacionales, como Vaca Muerta, cuyos problemas en el área no son nuevos.

El anuncio se suma a otro que hizo el presidente Joe Biden unas semanas antes: para 2030, la mitad de los autos vendidos en su país serán eléctricos o híbridos. ¿Los efectos potenciales para el mercado petrolero? Menos demanda internacional, menos precio, más necesidad de eficiencia productiva para asegurar rentabilidad.

¿Está la Argentina preparada para esto? Al apostar su futuro inequívocamente a los combustibles fósiles, ¿está considerando la posibilidad de que, quizá, no haya futuro en ellos?

La decisión de Biden no es la primera ni será la última en esta dirección, por lo que la pregunta se impone: ¿tendrá la Argentina a quién venderle si sigue con su sueño de ser un “gran exportador” de fósiles? ¿No sería más estratégico apostar por las fuentes renovables, que tanto potencial tienen en nuestro territorio?

Los interrogantes son muchos y las respuestas, escasas. Lo que sí sabemos es que el planeta está en alerta roja.

Depende ahora de nosotros, de nuestros gobiernos y de los mandamases económicos, decidir si escucharemos la alarma y cambiaremos, o si seguiremos alimentando el calentamiento global hasta que nuestra propia supervivencia esté en juego.

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