Sociedad
Cinco fotos eróticas y una pesadilla cruel: las selfies que terminaron en chats de “porno casero”
Eliana Sotelo se había sacado las fotos y se las había enviado a su ex novio mientras estaban en pareja. Primero recibió una advertencia, después le avisaron que las imágenes circulaban descontroladamente en un grupo masivo llamado “Perras tucumanas”. Como la justicia no la escuchó, ella tomó una decisión: infiltrarse, con una identidad falsa, en los grupos
Cuando recibió la primera solicitud de amistad Eliana se quedó mirando su teléfono extrañada. “Era la nueva novia de mi ex, ¿por qué me pedía amistad?”, se preguntó. Eliana tenía 31 años, acababa de empezar una nueva relación y se sentía inusualmente feliz, por eso la bloqueó y trató de seguir con su vida de siempre. El problema, aunque todavía no lo sabía, es que su vida ya no iba a volver a ser la de siempre.
“Las solicitudes eran con su nombre y apellido real, desde sus redes sociales reales. Me pedía amistad a mí y a mis amigas”, cuenta ella. “La bloqueé pero cuando le cerré las puertas me mandó otro mensaje. Decía: ‘Vi tus fotos y las tengo’”.
Eliana Sotelo tiene 33 años, es intérprete médica de inglés y español y trabaja para una empresa extranjera. Es tucumana y conversa con Infobae desde la cama del sanatorio en el que está internada. No es casual que lo que le pasó le haya impactado así, porque la difusión de imágenes sexuales no consentidas suele chocar de frente contra la salud física y mental de las víctimas. Eliana está ahí porque le sacaron una piedra de los riñones tan grande que le perforó el uréter. ¿Simbólico, no?
“Yo hice prints de pantalla y se los mandé a mi ex novio pero él directamente me bloqueó”, sigue. Eliana suponía de qué fotos hablaba esa mujer, porque sacarse fotos no era una práctica habitual en su vida sino que se las había sacado y enviado sólo a ese joven mientras eran pareja como parte de su intimidad sexual.
“Eran fotos eróticas, no sexualmente explícitas. Eran cinco selfies y un video en el que yo estaba vestida pero jugando con un collar que él me había regalado”, describe.
El contexto hizo que Eliana no subestimara lo que estaba pasando. Por aquellos días una mujer muy parecida a ella -profesora de inglés, 32 años- había sido asesinada a puñaladas por un joven que primero la había acosado virtualmente. Se llamaba Paola Tacacho, y a pesar de que había denunciado a su acosador 13 veces, el femicidio había sorprendido a Tucumán.
“Así que fui a la Oficina de Violencia Doméstica y me quedé ahí, llorando, pero me dijeron que no le podían poner una orden de restricción porque el hostigamiento era virtual y no presencial. De hecho, me dijeron que al no haber una amenaza explícita no era hostigamiento. Me acuerdo que la oficina estaba llena de carteles que decían ‘no estás sola’, ¿ah, no?”.
Sin saber qué hacer, Eliana se convenció de “esta mujer estaba celosa y solo se hacía la mala por las redes”, y trató de seguir con su vida. Pero la pandemia ya había empezado y el mundo se había vuelto más virtual que nunca.
Porno casero
No habían pasado dos meses de aquellos mensajes cuando un viejo amigo la llamó: “Me dijo que en un grupo de ex trabajadores de un call center de acá habían pasado un pack de fotos sexuales de muchas chicas de Tucumán, y entre esas fotos estaban las mías”, cuenta.
“Me avisó como diciendo ‘fijate a quién le andás pasando fotos’. No me quiso decir quiénes estaban en el grupo, porque estaba encubriendo a sus amigos, pero descargó las imágenes y me las mandó. Eran las que yo le había mandado a mi ex”.
Eliana, que por vergüenza no había querido contarle a su nuevo novio lo que le estaba pasando, se sintió obligada a decírselo. Juntos fueron a hacer la denuncia, primero a una comisaría y luego a la División “Delitos telemáticos”.
“Estuvimos 45 minutos esperando mientras los policías debatían si pedían empanadas, pizzas o hacían un asado. Después no me la quisieron tomar porque yo no tenía un link del grupo en el que se estaban difundiendo mis fotos para que ellos pudieran entrar y ver. O sea, yo tenía que hacer la denuncia y yo tenía que llevar las pruebas”.
Estaba claro: como en Argentina la difusión sin consentimiento de imágenes con contenidos sexuales o eróticos aún no es un delito, no había dónde pedir ayuda.
Fue así que el miedo se convirtió en una bomba de bronca que la llevó a tomar una decisión: infiltrarse en esos grupos para tratar de hacer, de alguna manera, justicia por mano propia.
Aquel amigo le había reteaceado información pero había cometido errores: “Me mostró un print de pantalla en el que no se veía el nombre del amigo pero sí el apodo. Era el amigo que había pasado mis fotos. Lo busqué entre sus contactos de Facebook y le escribí: era un hombre casado y con dos hijas”.
Eliana le escribió: “Ya sé que estás pasando fotos de chicas en tus grupos de amigos, yo soy una de esas chicas”. El joven primero lo negó y cuando ella le advirtió que si no le decía de dónde las había sacado iba a hablar con la esposa, confesó: las había sacado de un grupo de Telegram llamado “Tucumanas perras”.
“Era un grupo público, gratuito, cualquiera podía entrar”, sigue ella. Eliana entonces fingió ser un hombre y siguió las instrucciones: puso en su perfil una foto y un nombre falso, ocultó su número y se unió.
“Era un chat donde se pasaban contenidos sexuales de mujeres de Tucumán. Había videos y fotos de chicas teniendo relaciones sexuales donde a los hombres nunca se les veían las caras, pero la mayoría eran fotos íntimas como las mías, de esas que una se saca para compartir con su pareja”, describe.
“Para ellos estaban consumiendo porno amateur, casero, pero obviamente ninguna de esas chicas sabía lo que estaba pasando ni lo había consentido”. Algunas se habían sacado fotos como Eliana. Otras habían sido grabadas con cámaras escondidas. ¿Cómo las obtenían? Este es un diálogo real que capturó Eliana:
“Yo arreglo PC. Una minita llamada Antonella tenía fotos y obvio me las pasé, jajaj”, decía uno de los integrantes del grupo. Los siguientes comentarios decían “Pillín”, el otro “¿y, está buena?”, y el siguiente “mandalas al grupo, jajaja”.
Era un supuesto porno gratuito y casero no de actrices profesionales sino de chicas locales así que el morbo hizo el resto: de los 20 usuarios iniciales que había en el grupo, llegaron a 30. “Y cuando lo hice público en vez de irse por miedo pasó todo lo contrario. Empezaron a sumarse más y más hombres”.
Cerraron el grupo pero enseguida abrieron otro: “Tucumanas perras 2″. Eliana se obsesionó todavía más con la impunidad de la que gozaban y, como la madrugada era el momento en que más fotos y videos se compartían, dejó de dormir, de estudiar, de tener intimidad con su nueva pareja. No logró encontrar sus fotos pero sí las de otras mujeres.
“Pasaban las imágenes y ponían el nombre de las chicas y sus redes sociales, entonces yo las buscaba y les avisaba. Algunas fueron a hacer la denuncia y varias veces me llamaron de Fiscalía como testigo”. En su investigación casera Eliana encontró otros grupos, por ejemplo, uno llamado “Poringueros”, con más de 6.000 usuarios.
Eliana sabe que haberle puesto el cuerpo de esa manera tuvo un impacto brutal en su salud pero la violencia digital sigue sin ser un delito, por lo que todavía no logró correrse: hace un año y medio se infiltró en esos grupos y todavía sigue ahí, viendo cómo funcionan los engranajes de una maquinaria capaz de generar semejante daño.
Lo de “semejante daño” no es una forma de decir: en 2020 Belén San Román, una joven de 26 años, se suicidó después de que su ex novio viralizara un video y fotos íntimas de ella. Belén vivía en Bragado, era policía y mamá de dos hijos.
Una ley
Cuando ya no sabía qué más hacer, una amiga de Eliana le contó la historia de una chica mexicana llamada Olimpia Coral. Olimpia tenía 18 años cuando su ex novio difundió su contenido sexual explícito.
Hasta ahí, le había pasado lo mismo que a muchas. Lo distinto era que Olimpia había logrado que en México la violencia digital fuera tipificada como un delito y se considerara una forma de violencia de género.
Fue así que Eliana la contactó y decidieron, junto a otras víctimas argentinas, unir fuerzas. Y a comienzos de julio presentaron en el Congreso una ley argentina que va en la misma dirección.
“Para mí lo importante es que la gente empiece a tomar conciencia del daño y que cuando te llega una foto de una chica desnuda no la pases, que digas ‘che, esto está mal’. Que piensen en Belén, la mamá que se suicidó, o en nosotras, que fuimos al Congreso a contar nuestras experiencias todas destruidas”.
Y aunque el corazón de la ley no es castigar, lo punitivo tiene un fin.
“En los grupos en los que me infiltré todo el tiempo recalcaban: ‘Pasen las fotos tranquilos que no es delito’. Había algunos que decían ‘lo sé porque soy abogado, jajaja’. Ellos saben que sin una ley lo pueden hacer a sus anchas. Creo que si les mostramos que lo que hacen puede tener un castigo penal, esta forma de violencia va a mermar”.