Internacional
Elegía a las menores y participaba de los abusos sexuales: dónde se esconde la ex pareja y cómplice de Jeffrey Epstein
Ghislaine Maxwell, su novia durante años, se desvaneció. Nadie sabe dónde está. La justicia norteamericana busca armar una causa sólida basada en las tremendas acusaciones de las víctimas. Las jóvenes señalan que ella las reclutó y obligó a satisfacer los deseos sexuales del financista y otros hombres poderosos. Sin embargo, nunca fue juzgada y hoy reclama millones de la herencia
Se convirtió en una sombra. Se desvaneció. Pasó de aparecer en las tapas de las revistas a volverse inhallable. No hay certezas, sólo rumores imprecisos. Algunos dicen que está en Inglaterra, otros afirman que se aloja en las afueras de Boston, y hasta hubo quienes juraron haberla visto en la campiña francesa.
Hace años que la justicia norteamericana tiene serias dificultades cada vez que la tiene que notificar de alguna medida judicial en alguno de los muchos procesos que se le siguen. Para Ghislaine Maxwell se acabaron los tiempos de las grandes fiestas, de los lujos, de pasearse ante el mundo. Su figura ha recuperado actualidad a partir del estreno en Netflix del documental Jeffrey Epstein: asquerosamente rico.
¿Cuál era la relación de Ghislaine con Epstein? Novia, mejor amiga, administradora de su hogar, empleada, madama, encubridora, cómplice. A lo largo de casi dos décadas Ghislaine Maxwell ocupó cada uno de esos lugares en la vida del financista, muchas veces simultáneamente.
El magnate en algunas de sus apariciones públicas se refirió a ella como la “principal de mis novias” y como “mi mejor amiga”. Personas que los frecuentaron afirman que la relación amorosa duró sólo unos años, pero que luego permanecieron trabajando juntos y como amigos
Ghislaine nació en 1953. Fue a los colegios más exclusivos de Inglaterra, luego a Oxford. Vivía en una mansión de 53 habitaciones. Tuvo puestos empresariales desde muy joven. Su padre era otra magnate, Robert Maxwell. Empresario, dueño de medios de comunicación, apareció muerto en el mar en 1990. El barco en el que navegaba fue bautizado en honor a su hija: Lady Ghislaine. Tras la muerte del padre llegaron las especulaciones. La primera de las muertes cubiertas de dudas en la vida de Ghislaine.
Muerte natural, suicidio, asesinato. Ella durante años sostuvo que a su padre lo habían matado. Pero tras el fallecimiento no pudo ocupar su lugar en las empresas ni vivir de rentas. Se descubrió que Robert tenía deudas gigantescas y que había montado un fraude colosal. Las deudas ascendían a varios cientos de millones de dólares. El imperio se desmoronó como un castillo de naipes. Ghislaine debía empezar de nuevo.
Se mudó a Estados Unidos. Sólo le había quedado un fideicomiso que Robert Maxwell había dejado en su nombre que le proporcionaba 100 mil dólares al año. Una cifra para nada exigua para alguien normal, pero que no le bastaba para desarrollar la vida repleta de lujos y comodidades a las que estaba acostumbrada. Alguna de las relaciones de su vida pasada le consiguió un trabajo en el sector inmobiliario de Nueva York. Pero unos meses después, de nuevo, no necesitó trabajar. Conoció a Jeffrey Epstein y, otra vez, no tuvo que preocuparse por nada material: su casa volvería a parecer en la tapa de la Architectural Digest.
Se desconoce la verdadera naturaleza de la relación que los unió. Se supone que a lo largo de los años pasó por varios estadios. De lo que no quedan dudas es que, de una manera u otra, permanecieron juntos desde que se conocieron a principios de la década del 90 hasta 2008, meses después que salieron a la luz las acusaciones contra el millonario y su detención.
A lo largo de ese tiempo la residencia oficial de Ghislaine quedaba en Nueva York. Era una hermosa casa de cinco plantas que compró una sociedad desconocida pero que tenía su domicilio en las oficinas de Epstein. La casa quedaba a diez cuadras de la mansión de Epstein. Costó 5 millones de dólares. Y nadie tuvo la menor duda que Epstein fue quien puso el dinero.
Después de la condena de Epstein en 2008, Ghislaine siguió apareciendo en eventos exclusivos. Bajó el perfil, la frecuencia de sus apariciones no era similar, pero su reclusión no fue inmediata. Lanzó una fundación para el cuidado de los océanos, fue oradora en charlas TED, asistió a entregas de premios del brazo de Elon Musk, concurrió al casamiento de Chelsea Clinton, la hija de Bill y Hillary. Recién se esfumó cuando la suerte de Epstein cambió.
En su momento, los dos integrantes obtuvieron beneficios de la relación. Ella pudo recuperar su nivel de vida, olvidarse de trabajar, el dinero dejó de ser una preocupación y una vez más sería invitada de honor en los grandes eventos sociales. Jeffrey Epstein obtenía con ella algo que a él le faltaba: clase. Algo de la exuberancia social de Ghislaine se transmitió a su personalidad y empezó a dejarse ver en fiestas y reuniones; grandes ocasiones de cerrar negocios. Ella le dio acceso a figuras a las que él no hubiera podido acceder como celebridades, la nobleza y realeza británica o primeros mandatarios como Bill Clinton; antiguos contactos de su vida como hija de Robert Maxwell.
Su amistad con el Príncipe Andrés acercó al Principito al mundo Epstein y a sus adolescentes abusadas. Cuando estalló el escándalo y una joven acusó a Gheslaine de entregarla al royal británico, que tuvo en varias ocasiones relaciones sexuales con la chica que en ese tiempo tenía 16 o 17 años, Andrés dio una entrevista en la televisión inglesa en la que pretendió limpiar su imagen. Pero todo salió mal y nadie le creyó. Como último recurso de defensa antes de renunciar a la vida pública (lo que debió hacer poco después), Andrés le pidió a su vieja amiga que saliera en los medios exculpándolo. Ghislaine no atendió a la súplica y privilegió no exponerse y empeorar su situación.
Mientras que Epstein se vestía descuidadamente y tenía siempre gesto hosco, ella era extrovertida, elegante, llamativa y con el don de la sociabilidad. Hacían un buen tándem para conseguir lo que deseaban.
Las víctimas de Epstein describen situaciones similares y ya sea en Nueva York, Palm Beach, las Islas Vírgenes o una abrumadora casa campestre de Les Wexner, quien las instaba a satisfacer los deseos sexuales de Epstein era Gheslaine. Ella las elegía, las reclutaba, les indicaba qué hacer y, muchas, veces, participaba del abuso. También era Maxwell la que las entregaba a los poderosos e influyentes por orden de Epstein.
Y quiénes se quejaban o querían alejarse del mundo Epstein o, peor aún, se animaban a denunciar los abusos y violaciones, debían soportar la furia y amenazas de Ghislaine. Las perseguía, las acosaba telefónicamente, les recordaba que ella se iba a encargar de que su vida se convirtiera en un infierno.
A una adolescente sueca de 15 años que no quería acceder a sus pedidos no le permitió irse de la isla privada de Epstein en Islas Vírgenes y le retuvo el pasaporte para que no pudiera volver a su país. Los testimonios de las víctimas coinciden en establecer que Ghislaine Maxweel era quien se encargaba de la coordinación para que Epstein tuviera sus dos o tres masajes sexuales diarios brindados, en la mayoría de los casos, por menores.
Una de ellas, Virginia Roberts Giuffre declaró: “Apenas entrabas, Ghislaine iniciaba el entrenamiento. Te decía cómo actuar, cómo ser discreta, cómo permanecer en silencio, qué cosas le gustaban sexualmente a Jeffrey, cómo satisfacer a los invitados, cómo servir a los hombres que ella nos indicaba”. Roberts Giuffre narró cómo ella la reclutó mientras era recepcionista de un lugar de lujo de Donald Trump. Le prometió educación, viajes, un buen salario. “En la primera sesión de masajes con Epstein, fue Ghislaine Maxwell la que me indicó que me quitara toda la ropa y me mostró cómo debía practicarle sexo oral a Jeffrey. Yo tenía 16 años”.
A sus 58 años Maxwell, desde paradero desconocido, trata de eludir a la justicia norteamericana y a los seguimientos periodísticos. Cuando buscan conocer su opinión sobre los hechos, su versión de la historia, sólo se limita a negar las acusaciones y a repetir que ella es inocente, que nunca participó de abusos ni los facilitó. En un interrogatorio con la policía en 2016, con su ex pareja todavía vivo y en libertad, declaró que ella cumplía muchas funciones en la casa de Epstein, que había contratado muchos empleados para que desarrollaran diversas tareas en sus diferentes propiedades. Le preguntaron más específicamente si había contratado masajistas: “Esa era una parte muy escasa de mi trabajo. Contraté, ocasionalmente, masajistas profesionales para Epstein. Nunca contraté a alguien que yo supiera que era menor de edad”, respondió Ghislaine.
Unas pocas semanas antes del estreno de la serie documental, Ghislaine Maxwell, a través de sus abogados, demandó a los herederos de Jeffrey Epstein. Reclama varios millones de dólares. Aduce que por culpa del fallecido Epstein ella debió gastar grandes sumas de dinero en abogados y en seguridad.
El medio estadounidense Page Six publicó hace meses un artículo en el que una fuente afirmaba que sería difícil encontrar a Ghislaine debido a la protección que recibía de gobiernos extranjeros a los que, en su momento, había servido de informante gracias al contacto estrecho con poderosos y a los secretos que conocía de ellos.
Mientras tanto la especulación más firme indica que la justicia norteamericana la sigue investigando para construir un caso fuerte contra ella. Su juzgamiento como cómplice, partícipe necesario y/o encubridora de los abusos sexuales y violaciones de Jeffrey Epstein es la gran posibilidad que tienen las víctimas de poder contar ante la justicia sus historias, es la oportunidad de que por fin su verdad y su dolor sean escuchados y atendidos debidamente después de más de quince años de postergaciones.