Pese a sus aportes, Montagnier dilapidó su prestigio en los últimos años. Por ejemplo, sugirió que la ingesta de papaya fermentada era un antídoto contra el Parkinson. Más cerca en el tiempo, y ya en plena pandemia del coronavirus, criticó la eficacia de las vacunas.
Luc Montagnier falleció a los 89 años en el Hospital Americano en Neuilly-sur-Seine (París). El científico francés tuvo una destacada trayectoria en el campo de la virología, tanto que fue uno de los descubridores del Virus de la Inmunodeficiencia Humana, que ocasiona el sida. Por ese hallazgo realizado en 1983, junto a Francoise Barre-Sinoussi, obtuvo el Premio Nobel de Medicina en 2008. Sin embargo, durante las últimas décadas su nombre se vio envuelto en constantes controversias, por convertirse en un referente antivacuna y el coqueteo con diversas corrientes pseudocientíficas que le valieron el repudio de la comunidad científica internacional.
Luc Montagnier
Montagnier nació en 1932, en Chabris. Desde sus primeros pasos, ya despuntaba como una joven promesa de la biología y la virología local. Tras doctorarse en Medicina en la Universidad de Poitiers, su carrera fue en franco ascenso. Se desempeñó en las instituciones más prestigiosas del mundo científico: fue profesor del Instituto Pasteur, director de investigación emérito del Centro Nacional para la Investigación Científica (el equivalente al Conicet en Francia) y coordinador del Centro de Biología Molecular y Celular del Queens College en Nueva York. Antes del Nobel, ya había sido incorporado a la Academia Nacional de Ciencias y a la Academia de Medicina.
“En sus inicios fue un virólogo muy prestigioso, cuyas investigaciones fueron fundamentales para el conocimiento del HIV. Luego hay una segunda etapa en su carrera en la cual abraza ideas muy alejadas de la ciencia. A veces, incluso, resultan descabelladas; generaron mucho ruido y no aportaron demasiado”, destaca Lucía Cavallaro, presidenta de la Sociedad Argentina de Virología y profesora en Farmacia y Bioquímica de la UBA. Luego agrega: “Sin dudas nos quedamos con el científico que fue durante el primer tiempo. Lamentamos su fallecimiento”.
Un negacionista
Un individuo puede ser brillante en su disciplina, pero asumir posiciones conflictivas en todas las demás áreas del conocimiento. Durante el último tiempo, gracias a sus perspectivas inusitadas con respecto a un amplio abanico de temas relacionados con la salud, debió emigrar a China. Como él mismo se encargó de justificar, viajó porque se sintió “víctima del terrorismo intelectual” y del menosprecio de sus colegas, que no comprendían algunas de sus opiniones.
“A veces los premios Nobel funcionan como una habilitación internacional para hablar absolutamente de cualquier cosa. Lo que hizo con el HIV fue increíble, realmente fue un paso importante en la historia de la medicina aislar el virus que causa el sida. Ahora bien, también habló de covid y de tantas otras cosas sobre las que no tenía idea. Un negacionista”, dice Juan Manuel Carballeda, investigador del Conicet en el Laboratorio de Virus Emergentes de la Universidad Nacional de Quilmes.
Papaya sanadora, teletransportación de ADN y covid
En 2005, cuando el sentido común sostenía que el HIV infectaba solo a homosexuales, heroinómanos, hemofílicos y haitianos (cuatro haches), se animó a recomendar que “con una buena alimentación” se podría evitar buena parte de los contagios en el continente africano. Cuatro años más tarde, en un documental estadounidense, afirmó lo siguiente: “Podemos estar expuestos al VIH muchas veces sin infectarnos crónicamente. Nuestro sistema inmunológico se librará del virus en unas pocas semanas si tenemos un buen sistema inmunológico”. Una prueba más sobre el modo en que los científicos y científicas encumbrados pueden emplear sus credenciales para ofrecer perspectivas que no están lo debidamente sustentadas en evidencia científica. Parece una contradicción, y tal vez lo sea.
Luego, en 2017, también opinó en contra de las vacunas. Montagnier apuntaba que dichas tecnologías sanitarias “envenenaban poco a poco a toda la población” y, aunque no había manera de explicitar dicha causalidad, “existía una relación temporal” que aparentemente explicaba su hipótesis. También recomendaba la “teletransportación del ADN” y comer papaya fermentada para combatir el Mal de Parkinson. De hecho, en 2002, se dice que su consejo llegó a los oídos del Papa Juan Pablo II.
Montagnier utilizó su jerarquía y el capital simbólico acumulado para vaticinar que la pandemia de covid-19 había sido provocada por un virus fruto de una manipulación humana, que contenía fragmentos del VIH. Su ejemplo también sirve para exhibir las luces y sombras de la comunidad científica, compuesta por seres humanos que combinan dosis de racionalidad e irracionalidad según los escenarios.
Opinólogo(s)
Montagnier opinaba de todo lo que le preguntasen, incluso, si los temas desbordaban a su competencia. En cada ocasión, afortunadamente, la comunidad científica no se quedó de brazos cruzados y mostró su rechazo a las declaraciones que el Nobel difundía. Sencillamente, cada vez que abría la boca ponía en riesgo a la salud pública. Sobre todo, si se tiene en cuenta el grado de confianza que generaba la exhibición de sus pergaminos en la sociedad.
Un colega de Montagnier que siguió pasos similares fue Didier Raoult que, a inicios de la pandemia, realizó el primer estudio de la hidroxicloroquina y dijo que “a quienes no recetaban la droga a sus pacientes graves con covid debían sacarle la licencia”.
Si bien la mayoría de los científicos prefiere no comunicar sobre temas que a priori no son de su especialidad, también están los que divulgan conocimientos que –aunque no se relacionan de modo directo con su campo de experticia– manejan y se sienten confiados para expresar en el escenario público. Así es como durante la pandemia se observó la presencia de médicos clínicos que comunicaban sobre epidemiología, matemáticos que se pronunciaban sobre políticas sanitarias, especialistas en letras que debatían conceptos de la virología y físicos que “aportaban su granito de arena” sobre todo ello junto. La lista de cruces resulta interminable. Quizás, algunas veces, la máxima de la ciencia pueda aplicarse sobre los propios científicos: “Para hablar, primero hay que saber”.