En la madrugada de ayer, más de 50 allanamientos en la zona noroeste de Rosario a cargo de Gendarmería y la AIC golpearon a la estructura de Mauro Gerez, supuesto aliado estratégico de Los Monos, un capo preso que según la acusación en su contra funcionaba como jefe transa y reclutador de mano de obra. Un testigo de identidad reservada lo acusó de contratar chicos como sicarios en un club de barrio, pagándoles con botines y zapatillas por salir a disparar.
Los procedimientos a cargo de los fiscales Javier Arzubi Calvo desde el fuero federal y los provinciales Pablo Socca, Marisol Fabbro y Georgina Pairola llevados a cabo en los barrios Empalme Granero y Ludueña terminaron con más de 20 detenidos, droga y armas de bajo calibre incautadas. Sin embargo faltaba algo más complejo. Fue por la cárcel de Ezeiza.
Allí, allanó a Mario Segovia, alias “El Rey de la Efedrina”, condenado a 16 años de cárcel. Arzubi Calvo, según fuentes del caso, sospecha que Segovia, uno de los delincuentes más notorios de la historia argentina reciente, planearía hacer su parte en una posible serie de atentados contra la Justicia federal, las fiscalías federales de Rosario y la Policía Federal misma.
Mauro Gerez, vínculo en la historia.
El dato le había llegado al fiscal federal a través de una causa del Ministerio Público de la Acusación. El dato llegó a través del Departamento de Investigación Criminal sobre el Narcotráfico. Alguien habría escuchado a uno de los implicados decirlo. Se trataba de una cadena de mando. Mauro Gerez no sería más que un subalterno con mística, que recibía ordenes de un preso en el penal de Piñero, el comandante del negocio de droga e la banda.
Ese preso en Piñero respondería a Julio Rodríguez Granthon, “El Peruano”, preso en Ezeiza. A Granthon lo habían trasladado desde Piñero en agosto del año pasado, cuando un comando de delincuentes liberó con amoladoras y ametralladoras a un grupo de presos como el temible “Morocho” Mansilla con una balacera y un hampón muerto en el proceso, la fuga más sangrienta de la historia reciente. Granthon está procesado y con pedido de elevación a juicio en la Justicia federal como líder de una banda dedicada a la venta de cocaína en Rosario tras el operativo “Coronas Blancas” de la Policía Federal. Además, es uno de los imputados por el crimen del ex concejal Eduardo Trasante, lo acusan de haber hecho “gestiones” para conseguir el Peugeot 308 que luego usaron dos sicarios para ejecutar al pastor y ex edil en su casa de San Nicolás al 3600.
Y en Ezeiza, Granthon se hizo amigo de Segovia.
La celda de Granthon fue registrada, nada se encontró. Pero la de Segovia sí tenía algo con qué empezar: le quitaron anotaciones de números de teléfono y nombres, a priori desconocidos para la Justicia. Su teléfono ya había sido requisado el viernes pasado.
Fuentes de la causa aseguran que Arzubi Calvo no tomará medidas contra Granthon y Segovia hasta analizar el material incautado. El rol del “Rey de la Efedrina” en el presunto plan de los atentados sería logístico, dice un investigador clave. En todo caso, tiene sentido. Hay una historia detrás.
Arma incautada a la banda de Gerez en Rosario.
En julio de 2021, Segovia fue allanado también en su celda por una de las jugadas más oscuras de su carrera criminal: tráfico de armas y explosivos, montar una red de envíos con su hijo Matías Agustín entre sus cómplices, para importar partes de ametralladoras desde diversas partes del planeta y partes de explosivos para montar cartas y paquetes bomba.
Todo, comandado desde el penal, por e-mail o por correo.
La apertura de una encomienda ligada a Segovia hecha en 2016 por el Departamento Unidad Federal de Investigaciones Especiales (DUFIE) disparó fuertes alarmas y dio inicio a la causa en su contra, investigada por el fiscal federal Sergio Mola -hoy acusador de Cristina Fernández de Kirchner- y la PROCUNAR, el ala de la Procuración que investiga delitos de narcotráfico con el fiscal Diego Iglesias.
Se descubrió que supuestamente hizo una compra de “un sobre bomba, conteniendo alambre, cables, tornillos, un detonador y una batería”, un “libro bomba, conteniendo dos baterías, un detonador, una llave, dos pinzas, cables y papel aluminio” y una “carpeta bomba, conteniendo una batería, cables, papel aluminio, detonador, clavos y gel”.
2021: la requisa anterior a la celda de Segovia.
Los explosivos fueron comprados en Canadá, negociados con un hombre llamado Bruce que opera un website, que, insólitamente, ofrece productos explosivos con una venta online y un servicio de catálogo: el pago fue hecho via giro de dinero por otro hombre en Sinaloa, México.
Así, allanaron su casa en Santa Fe y su celda. La Policía Federal encontró una ametralladora, municiones de alto calibre, manuales para operar fusiles automáticos, supuestos manuales de la CIA para manipular explosivos y un oscuro clásico literario de culto, “How To Kill”, con instrucciones para el sicariato, un viejo libro del underground conspiranoico estadounidense, los literales planos para una bomba, computadoras, más municiones.
También se encontraron una serie de cartas. Otra pista apuntaba a una importación de ametralladoras por partes.
La Justicia no pudo determinar a mediados de 2021 a quién iba a enviarle Segovia las cartas bomba o los explosivos, si tiene un enemigo mortal tanto o más pesado que él, alguien a quien quiera desbancar con la muerte, un competidor o un jugador secreto que sería de una magnitud insólita para el hampa, un pesado entre pesados, un literal Keyser Soze, la figura mítica del film Los Sospechosos de Siempre, pero rosarino.
En su indagatoria, sin embargo, Segovia dio una explicación. Aseguró que buscaba aventurarse, condenado por narco y desde la cárcel, en el negocio de los servicios de seguridad. Habló de un hombre, un contacto en particular. “El negocio que me ofreció era proveer de servicios de seguridad y de entrenamiento a fuerzas armadas y de seguridad, ya que tenía contratos de adjudicación para darme. Lo que yo tenía que hacer es crear una empresa de seguridad para que él me cediera los contratos para proveer servicios a los gobiernos, a las instituciones gubernamentales; yo no conocía ese rubro”, afirmó en su declaración.
El misterio sigue: ¿qué quería hacer Segovia con todo esto, si es que es culpable? Una hipótesis indica que habría buscado convertise en un mayorista de la violencia, vender plomo fuerte al mejor postor.
Dados sus vínculos y sus compañeros de encierro, la idea es inquietante.