“Hacía frío. Dormí a temperaturas bajo cero”, contó la joven en su cuenta de Twitter.
Docente, escritora e investigadora de una de las más prestigiosas universidades del mundo. Aimée Lê sorprendía a sus alumnos cada vez que les contaba que los ingresos de un académico en el Reino Unido, no son lo que cualquiera imaginaría. Sin embargo nunca se animó a contar toda la verdad. Jamás les dijo que la crisis era tan profunda que no tenía casa y debía vivir en una tienda de campaña.
“Hacía frío. Dormí a temperaturas bajo cero. Era una pequeña tienda de campaña para una sola persona, lo que significaba que después de un rato se hacía más cálida. Pero hubo días en los que recuerdo que me desperté y mi tienda estaba cubierta de nieve. Cuando no estaba haciendo mi doctorado u otro trabajo, estaba aprendiendo a cortar leña o encender un fuego”, contó la joven a The Guardian.
Su historia irrumpió en las redes sociales hace pocos días, acompañando un reclamo del sindicato de académicos, que engloba a docentes, investigadores y demás trabajadores de la educación superior en el Reino Unido. El comunicado denunciaba que la amplia mayoría de estos trabajadores están contratados de una manera precaria. En Twitter, Aimée describió con contundencia su difícil situación.
Su historia irrumpió en las redes sociales hace pocos días, acompañando un reclamo del sindicato de académicos. Foto: Twitter
Para la joven estadounidense de familia vietnamita se trataba de una doble vida: por un lado era muy exitosa en el ámbito universitario, tanto en la docencia como en la investigación. No obstante, cuando las luces se apagaban y cada uno se iba a casa, ella empezaba la pesadilla.
“Recibí buenas críticas de los estudiantes. Incluso organicé una conferencia internacional. Trabajaba a un nivel muy alto y estaba increíblemente concentrada“, recordó la académica que se desempeñó en la Royal Holloway University of London.
También detalló que no siempre su situación fue tan compleja. Todo se agravó hace unos pocos años, cuando se enfrentó a un fuerte aumento de alquiler mientras cursaba el tercer año de su doctorado. Ya no podría pagar un piso y cubrir todos sus costos con sus ingresos como investigadora y docente, entonces no tuvo opción más que buscar una alternativa.
Todo se agravó hace unos pocos años, cuando se enfrentó a un fuerte aumento de alquiler mientras cursaba el tercer año de su doctorado.
Guardó sus libros en la oficina de posgrado para que no se dañaran y aprovechó los vestuarios de la universidad para bañarse. Faltaba un lugar donde dormir, así que pidió prestada una pequeña tienda de campaña y salió a la naturaleza. Ella no le dijo nada a sus padres y escapó de las preguntas contando que se estaba quedando “en una granja ecológica” para no preocuparlos.
Tampoco le dijo a su universidad que, ante el revuelo que generó la historia en las redes sociales y los medios británicos, insistió esta semana en que el bienestar de todos sus estudiantes era primordial y que animaba a todos los que luchan por buscar apoyo. Ella guardó silencio en ese ámbito, temiendo que si se difundía su precaria situación podría dañarse su reputación profesional.
“Cuando mis estudiantes me preguntaron por la situación del mercado laboral. Les advertí que los ingresos eran bajos y las contrataciones muy malas, pero pensé que decirles que vivía en una carpa era un paso demasiado lejos “.
Ella guardó silencio en ese ámbito, temiendo que si se difundía su precaria situación podría dañarse su reputación profesional.
Una carpa, su única opción
Lê no era una estudiantes más, llegó a la Royal Holloway con grandes méritos y reconocimientos, es por eso que obtuvo una beca anual de 16.000 libras por sus tres años de doctorado (en grupos étnicos minoritarios en la literatura estadounidense). También ganó una beca adicional de los Estados Unidos en su primer año.
Sin embargo, por ser estudiante internacional tuvo que pagar 8.000 libras por año en cuotas de la universidad. Y a todo eso debía sumar los gastos de alquiler, comida y demás. Al principio los números cerraban, luego los gastos de alquiler aumentaron y el plan b que le quedaba, una habitación barata para los estudiantes de posgrado, se cerró por renovaciones al final de su segundo año.
De esta manera sólo tuvo dos caminos: volver a Estados Unidos e interrumpir su doctorado o encontrar la manera de seguir viviendo allí. Decidida a no abandonar, le pidió prestada la carpa a un amigo.
Lê admitió que al principio “estaba realmente asustada”. Aunque luego encontró un lugar donde instalarse: “Descubrí que había un campamento de protesta cerca del campus, así que aparecí con mi carpa y pregunté si podía quedarme allí para no estar sola. Y ese fue el comienzo de mis siguientes dos años”.
La pesadilla todavía no termina
Lê soñaba con alcanzar la estabilidad una vez que obtuviera su doctorado, pero eso todavía no ocurrió. Si bien logró finalizar sus estudios, pasó los últimos dos años con trabajos con plazos fijos y hoy sigue en la búsqueda de oportunidades mientras vive con sus padres.
“Lo más atroz es que hice esto porque creí que sería temporal. Que si pudiera soportar la dificultad de esta experiencia, podría eventualmente conseguir un puesto seguro como conferencista. Pero la precarización continúa y estoy desempleada”.
“No sé qué va a pasar. He tenido muchas entrevistas, incluida una en Cambridge recientemente, pero comencé a buscar en abril cuando todavía tenía empleo. Me siento muy nerviosa. Para ser honesta, todavía no sé qué va a ser de mi futuro. La ironía es que creo que estoy muy bien adaptada al trabajo. Sé que soy una buena docente. Es mi vocación”.