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Policiales

Morir a los 13 por la plata en la caja de zapatos

Ya los habían asaltados tres veces, por lo que tres bravos dogos los custodiaban, pero no fue suficiente: otra tragedia que expone la violencia cotidiana que se vive en el GBA.

Jennifer Campos Calle tenía 13 años y le gustaba el tae kwon do. Vivía en una casa de ladrillo hueco a la vista en el barrio El Fortín, Virrey del Pino, La Matanza profunda. A cinco cuadras del asfalto más cercano y 600 metros del río que le da nombre al partido más populoso del país.

Su padre, Franz Campos Rioja, de 34 años y boliviano, vendía en ese lugar, desde hace unos años, materiales para la construcción a los vecinos, tan humildes como él. Guardaba la plata del negocio en una caja de zapatos. Como ya lo habían asaltado tres veces, tres bravos dogos se habían sumado a la familia. No fueron suficiente.

El jueves pasado a la mañana, cuatro asaltantes llegaron hasta allí. Se movían en un Peugeot 208 blanco, robado seis días antes, lapso durante el cual cometieron nueve entraderas con ese mismo auto. Obviamente, sin que nadie los detuviera.

El auto en el que se movían los asesinos de Jennifer había sido robado 6 días antes. En ese lapso lo usaron para 9 entraderas.

Entraron a la casa. Dos de los delincuentes le tiraron gas pimienta al hombre y lo ataron con precintos. Le empezaron a pegar con la culata de una pistola. Le pedían la plata. Jennifer, aparentemente, quiso escapar para buscar ayuda. Un tercer ladrón, que había quedado de campana en la vereda, le disparó.

“Encontré a mi hija boca abajo. Apenas respiraba, pensé que era el efecto del gas pimienta. Traté de contenerla, le toqué la espalda, la cabeza, le dije: ‘Tranquila, tranquila, ya pasó, ya está, se terminó, tranquila’. Pero no reaccionó. Atiné a darla vuelta y vi un charco de sangre. Entonces la cargué en la moto, un vecino se puso entre ella y yo. Así la llevé hasta el hospital del kilómetro 32, donde murió”, dijo luego Franz a la prensa.

En su frente todavía eran visibles los restos de sangre seca, producto de los golpes de los ladrones, que al cierre de esta columna habían sido identificados, pero no atrapados.

El botín fue de unos 50.000 pesos.

Cinco días antes, a pocos kilómetros de allí, en el mismo partido de La Matanza, pero en el barrio 8 de Diciembre, cinco personas habían sido asesinadas a balazos y otras siete habían quedado heridas. La masacre sucedió cuando una asamblea de vecinos de terrenos usurpados fue tiroteada por sicarios que formaban parte de una mafia que especulaba con esas tierras ilegales.

La tragedia de González Catán y el asesinato de Jennifer son, de alguna manera, la misma noticia.

Reflejan historias que sólo de vez en cuando nos llegan a todos. Muestran con crueldad sin filtro qué significan ese 47% de pobreza del GBA y la mitad de la economía en negro: es guardar $50.000 en una caja de zapatos y que un hijo de puta te mate una hija por eso.

Hablan de esa otra realidad argentina. La de la violencia sin límite e impune. La de la decadencia perpetua. La del abandono estatal, corporizado en falsas promesas en época de elecciones y en silencios vergonzosos cuando las balas matan.

No llegan allí los discursos sorprendentes de Davos ni las idas y vueltas en el Congreso entre oficialistas y opositores dialoguistas.

No leen las cartas abiertas de grandes figuras de la cultura que se preocupan por la suerte de los institutos estatales del Cine, el Teatro y la Música.

Allí la vida es dura y nada más.

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