Parte de la sociedad naturaliza el descontrol. Y eso lleva, inevitable y desgraciadamente, al salvajismo.
Como tantas otras cosas en la Argentina, el crimen de Tomás Tello en Santa Teresita, el primer día de 2024, parece la repetición de una tragedia ya vivida. La imagen del asesinato bestial de Fernando Báez Sosa, hace cuatro años, también a manos de una patota al salir de un boliche en la Costa, reaparece en la mente de manera inevitable.
Otra vez un verano marcado por una violencia insoportable. En 2020 fueron patadas a la cabeza de un chico indefenso. Ahora, una persecución de varias cuadras que terminó con una cuchillada en el corazón.
Algunos de los detenidos por el crimen de Tomás.
¿Cómo se puede ser tan salvaje? ¿Dónde está la falla que permite que pasen cosas como esta?
Para algunos, fracasó la prevención. “En la playa no había nadie. Eran muchas personas pegándose entre todas y no había nadie. No había policía”, dijo en una entrevista Samanta Ferreyra, la madre de Tomás.
La mujer, que tiene una cesárea programada para el lunes próximo para el nacimiento de su cuarta hija, que se llamará Morena, insistió: “¿Por qué no estaba la policía? Porque hubo mucha gente que llamó a la policía. Ese es el enojo de la gente”.
Incidentes frente a la comisaría de Santa Teresita por el crimen de Tomás Tello. Foto: Federico Lopez Claro
Algo parecido dijo el padre del chico, Daniel. Acusó, sin dar mayores explicaciones, a “punteros de la política” por haber llevado al Partido de la Costa al grupo de vendedores ambulantes del oeste del Gran Buenos Aires que atacó a su hijo. “Esto tiene que cambiar”, argumentó en medio de la bronca y del dolor, sin darse cuenta del parentesco de sus quejas con algunas consignas proselitistas de la última campaña electoral.
“Si usted va a organizar un evento de más de 2.000 personas, casi todos alcoholizados, en el medio del centro de Santa Teresita, ¿usted va a poner 10 policías para 2.000 personas? Esto empezó a las 4.30 de la mañana y a mi hijo me lo mataron a las 7. A las 6 de la mañana llamaron por teléfono viendo la pelea. Me lo corrieron seis cuadras, me lo mataron a botellazos y puñaladas. Y nunca fue la policía”, se lamentó.
El fuerte reclamo de la mamá del chico asesinado en Santa Teresita: “Eran muchas personasen la playa, pegándose entre todas, y no había polícias”
A él, y a los otros que terminaron tirando piedras y prendiendo neumáticos frente a la comisaría de Santa Teresita, no les alcanzó que hubiera nueve personas detenidas rápidamente, entre ellos el probable asesino. Para ellos, cansados de tanto aguantar, la muerte de Tomás se podría haber evitado.
Sin embargo, hay otra explicación para la tragedia, probablemente complementaria. Está en la naturalización, por gran parte de la sociedad, del descontrol. Un descontrol que inevitablemente lleva al salvajismo.
El video grabado casi en el mismo momento que Tomás moría, a la salida de un boliche de Corrientes, donde se ve una pelea entre varias mujeres, tras la cual una chica terminó hospitalizada por recibir un botellazo, lo demuestra de manera grosera. O grotesca.
Los policías tuvieron que actuar de urgencia para frenar la hemorragia de la joven y trasladarla al hospital.
Que el 27% de los argentinos no termine la secundaria ayuda a este nefasto panorama. Que el 62% de los chicos y adolescentes sea pobre también.
“Él esperaba los fines de semana para ir a la peluquería a cortarse el pelo”, contó la madre de Tomás en una de las entrevistas que dio tras el crimen. También reveló que el chico, que trabajaba de albañil, soñaba con comprarse una moto. Esos deseos, tan humildes, y que nunca se cumplirán, también hablan de nuestra triste realidad.