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Internacional

Resistió a la guerra y al régimen talibán: ahora el último judío de Afganistán prepara sus valijas

Zebulon Simantov vio cómo amigos y familiares dejaban el país. El se negaba a irse. Pero todo cambió.

Durante décadas, Zebulon Simantov se negó a salir de Afganistán, a pesar de la invasión soviética, de la mortífera guerra civil, del brutal régimen talibán y de la ocupación de su país natal por una coalición extranjera dirigida por Estados Unidos.

Pero su obstinación llegó a su límite. La perspectiva de que los talibanes vuelvan al poder convenció a Zebulon, el último judío en Afganistán, de que era hora de hacer las valijas.

“¿Por qué me quedaría? Ellos me llaman infiel”. En la única sinagoga de Kabul, ubicada en un antiguo edificio en el centro de la capital del país asiático, Zebulon habló con la agencia AFP.

“Soy el último, el único judío en Afganistán. Las cosas podrían empeorar para mí aquí. He decidido irme a Israel si vuelven los talibanes”, agregó.

Esta eventualidad parece probable ya que el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, confirmó la salida de las fuerzas estadounidenses el próximo 11 de septiembre, cuando se cumpla el cumplirse el vigésimo aniversario de los ataques terroristas contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono, en Washington, que la Casa Blanca atribuyó a la red Al Qaeda.

Zebulon Simentov mantienen las tradiciones del judaísmo, pase a ser la única persona de esa religión en Afganistán, según afirma. Foto: AFP

Zebulon Simentov mantienen las tradiciones del judaísmo, pase a ser la única persona de esa religión en Afganistán, según afirma. Foto: AFP

Historia y éxodo

Nacido en la década de 1950 en Herat, en el oeste de Afganistán, que fue antaño un refugio para las familias comerciantes judías adineradas, Zebulon llegó a Kabul a principios de la década de 1980 por la relativa calma que había en la capital.

Los judíos han vivido en Afganistán durante más de 2.500 años. Decenas de miles de ellos en Herat, donde subsisten cuatro sinagogas, testigos de la antigua presencia de la comunidad en esta ciudad.

Pero desde el siglo XIX, los judíos comenzaron poco a poco a irse del país y muchos descendientes viven en Israel.

A lo largo de décadas, toda la familia de Zebulon se fue, incluidas su esposa y sus dos hijas.

Está seguro de que es el último judío afgano en el país. Vestido con un shalwar kameez, el holgado atuendo tradicional afgano que consiste en una camisa larga sobre pantalones holgados, una kipá negra en la cabeza y filacterias en la frente, recuerda con un toque de nostalgia la monarquía en la década de 1970.

Simentov reza, luego de almorzar en su casa, en Kabul. Vive de la ayuda de amigos y familiares. Foto: AFP

Simentov reza, luego de almorzar en su casa, en Kabul. Vive de la ayuda de amigos y familiares. Foto: AFP

“Los fieles de todas las religiones y cultos disfrutaban de total libertad en ese momento”, recuerda Zebulon, quien dijo estar orgulloso de ser afgano.

El fundamentalismo del régimen talibán

Pero la historia reciente del país lo amargó, en particular el período entre 1996 y 2001, cuando los talibanes estuvieron en el poder e impusieron su visión fundamentalista.

Recuerda que los talibanes quisieron obligarlo a convertirse.

“El vergonzoso régimen talibán me puso en prisión cuatro veces”, cuenta, refiriéndose a un episodio en el que un grupo de combatientes talibanes irrumpió en la sinagoga.

“Me dijeron que era el Emirato Islámico y que los judíos no tenían ningún derecho aquí”, recuerda.

Los talibanes saquearon las instalaciones, una gran habitación pintada de blanco con un altar en un extremo, rompieron libros hebreos, rompieron menorás, el candelabro de siete brazos de los judíos, y se llevaron una antigua Torá, recuerda.

A pesar de todo, Zebulon seguía negándose a abandonar su país. “Me resistí. Le di orgullo a la religión de Moisés”, dice orgulloso, besando el suelo de la sinagoga.

Zebulon continúa celebrando Rosh Hashaná, el Año Nuevo judío, y Yom Kippur, el día del perdón, en el templo, a veces incluso en compañía de amigos musulmanes.

Marines estadounidenses, en el aeropuerto de Kandahar para una misión, tras la invasión lanzada en Afganistán en 2001, tras los atentados del 11-S. Foto: AP

Marines estadounidenses, en el aeropuerto de Kandahar para una misión, tras la invasión lanzada en Afganistán en 2001, tras los atentados del 11-S. Foto: AP

“Sin mí, la sinagoga ya se habría vendido diez, veinte veces”, continúa en su dialecto herati, que se distingue del dari, uno de los dos idiomas oficiales, por sus toscas entonaciones.

Zebulon vive de las limosnas de sus amigos y familiares y prepara la comida en una pequeña cocina de gas.

En una mesa, en un rincón, hay libros y fotografías de sus hijas, a las que besa sin parar.

Zebulon confiesa que en 2001, cuando las tropas estadounidenses expulsaron a los talibanes de Kabul, pensó que el país prosperaría.

“Pensaba que los europeos y los estadounidenses iban a solucionar los problemas. Pero no fue así”, lamenta.

Sus vecinos lo echarán de menos. “Ha sido mi cliente durante 20 años. Es un buen hombre”, dijo Shakir Azizi, que tiene un almacén frente a la sinagoga.  “Si se va, lo extrañaremos”, agregó.

Pero Zebulon teme el destino que le espera si se queda, convencido de que los talibanes no han cambiado.

“Son los mismos que hace 21 años”, afirma. Con la esperanza de poder sentirse como en casa en Israel, admite: “He perdido la fe en Afganistán (…) No hay más vida aquí”, dice entristecido.

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