El hallazgo sucedió en Quillay, un sitio arqueológico ubicado en la zona central de Catamarca, a unos 40 km al norte de la ciudad de Belén, y se trata de un asentamiento de dimensiones acotadas, preparado para alojar a los trabajadores especializados en la fundición mineral por espacios de tiempo limitados.
Este estudio permitió recomponer el mapa de la producción metalúrgica y la explotación minera en minas ubicadas al oeste de la provincia, basada principalmente en la extracción de cobre y estaño para la realización de bronce, que es la mezcla de ambos.
El doctor Marco Antonio Giovannetti, investigador del Conicet, aseguró que “a partir de las excavaciones que se realizaron en estos hornos, se registró una tecnología que no se conocía hasta ese momento para lo que sería la extracción primaria del cobre en el imperio Inca”.
“Los metales luego eran trasladados hacia otras localidades para realizar distintos objetos que eran distribuidos e intercambiados como hachas, cuchillos ceremoniales, instrumentos como cinceles y adornos como colgantes o aretes”, detalló.
El experto explicó además que estos hornos constaban de dos cámaras, “lo que hacían posible es que los pedazos de rocas extraídos de las minas se pulverizaran, se molieran en este lugar y luego fueran colocados y fundidos en una cámara superior”.
En la cámara inferior se colocaba el combustible, se encendía el fuego y, por medio de unos canales fluía el material fundido que caía a través de unos huecos que conectaban ambas cámaras y luego era recolectado con herramientas diseñadas por los pobladores.
Si bien el asentamiento Inca tenía su núcleo en Perú, este imperio se extendía desde el sur de Colombia, hasta Chile y, particularmente en Argentina, ocupaba las provincias de Jujuy, Salta, Catamarca, Tucumán, La Rioja, San Juan y Mendoza y según descubrimientos recientes, también ocupaba parte de Santiago del Estero.