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Sociedad

TV Pública: el mayor fracaso no es económico

El déficit crónico de los medios públicos empuja su difícil privatización. Pero su utilización partidaria es un síntoma de baja calidad democrática.

Javier Milei ratificó su intención de privatizar las empresas públicas apenas horas después de ser elegido presidente. El déficit crónico apareció como el argumento principal para explicarlo.

Sin embargo, al responder sobre la TV Pública, el Presidente no habló de plata. Habló de otra cosa: “Nosotros consideramos que la TV Pública se ha convertido en un mecanismo de propaganda”, dijo. Y completó: “El 75% de lo que se habló de nuestro espacio se hizo de manera negativa, con mentiras y abonando la campaña del miedo. No adhiero a esas prácticas de tener un ministerio de propaganda”.

El Presidente condenó el uso partidario, que es un problema muy distinto a la eficiencia económica de la empresa.

Vale preguntarse, entonces, ¿cuál es la razón definitiva que explica la idea de privatizar los medios públicos? ¿Es una cuestión de plata o de abuso con fines políticos?

El presidente ratificó que privatizará los medios públicos.

Como se ve, la naturaleza del problema es diferente. Y también las preguntas posibles. Por ejemplo, sin déficit, ¿habría que dejar a la TV Pública como está?

La respuesta negativa es contundente. Aunque la solvencia económica y la calidad de los medios se vinculen (una mejor propuesta tiene más chances de ingresos genuinos), el dato más preocupante en las últimas décadas es la insistencia de una parte de la política en someter a los medios públicos a los intereses partidarios.

El hábito totalitario de utilizar los medios como herramientas de propaganda, exacerbado durante las dos décadas de kirchnerismo, además de como refugio de militantes rentados y de cajas millonarias sin control, es un claro síntoma de una pobre calidad democrática.

El costo millonario es abrumador (este año los medios presididos por Rosario Lufrano requirieron de $54.000 millones del Estado), pero la partidización de la TV Pública causó un daño mayor: lastimó la conversación colectiva y debilitó las reglas de juego de la democracia.

¿Plantea esto una crítica a la idea de su privatización? No, porque la incapacidad para administrarlos cancela, al menos por ahora, cualquier alternativa.

Pero es bueno diferenciar los problemas.

La BBC inglesa ofrece un ejemplo diferente. Repasar su historia, y la lógica en la que se apoya, lo confirma. Creada en 1920, a mitad de los 50 alcanzó su auténtica independencia de los gobiernos de turno. Y fue la aparición de la cadena comercial de televisión ITV la que obligó a que abandonara el lastre político para poder competir.

Desde entonces ha defendido su independencia manteniendo lo que los británicos definen como “un brazo de distancia” (an arms -length) entre el poder político y el poderoso grupo de comunicación.

Mal no le va.

Que un medio público sostenido por el dinero de los ciudadanos y el aporte directo del gobierno no pierda la independencia de sus contenidos, y se constituya en la fuente más requerida y confiable de información, no es un dato de eficiencia económica. Es un índice de calidad democrática.

La que aún nos falta conseguir.

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