Anton Thomas sacó un lápiz H y abrió un portal al mundo.
MELBOURNE, Australia – En julio de 2020, con su universo reducido a un departamento de dos habitaciones junto al traqueteo de una línea de tren, Anton Thomas sacó un lápiz H y abrió un portal al mundo.
Al instante, sus días de soledad se llenaron de aves autóctonas de Nueva Zelanda; delfines, tortugas y ballenas retozando; y osos polares sobre témpanos de hielo. Tres años, aproximadamente 2.602 horas de trabajo y 1.642 especies animales después, “Wild World” es un mapa de nuestro planeta dibujado a mano que inspira y celebra la maravilla del mundo.
Thomas, un neozelandés lleno de vitalidad afincado en Melbourne, preveía inicialmente dedicar menos de un año al proyecto. Pero conforme pasaban los meses y se sumergía más en la “oportunidad de escapar espiritualmente y no volverse loco”, dijo, la magnitud de la tarea crecía. A veces le costaba mucho salir de allí al final del día.
Senderista y amante de las actividades al aire libre, Thomas anhelaba de niño un mundo en el que reinara la naturaleza. Su mapa representa el “planeta idealista que yo quería”, dijo Thomas, de 34 años. “Me asomaba al puerto de Wellington”, en la capital neozelandesa, “y veía todas las casas, e imaginaba cómo era todo antes de que aparecieran los seres humanos”.
Para elaborar cada criatura con suficiente detalle, dibujaba casi siempre bajo una lupa y utilizaba papel de lija para tallar la mina sus lápices hasta obtener puntas diminutas.
¿Malvinas o Falklands?
Casi igualmente demandante fue la investigación que guiaba su mano. ¿Debía escribirse un archipiélago del Atlántico Sur como Islas Malvinas o Falkland Islands? ¿Importaba que el tilacino, a veces llamado tigre de Tasmania, probablemente estuviera extinguido? ¿Era el toro de lidia el animal más emblemático de España?
Así que Thomas se fijó ciertas pautas. Los animales debían ser autóctonos y no estar domesticados ni extinguidos. Los nombres de los lugares serían, siempre que fuera posible, los preferidos por sus habitantes. Las fronteras creadas por el hombre no figuran. (En la práctica, esto significa que aparecen los dos nombres; el tilacino no; y un oso pardo cantábrico suplantó al toro.)
El mapa utiliza una proyección de la Tierra Natural, y su centro pasa 11 grados al este del meridiano de Greenwich, justo después de Oslo, en parte para dar a Nueva Zelanda y Fiyi una ubicación más armoniosa.
A pesar de esforzarse por ser “neutral”, Thomas reconoce que cualquier inclusión u omisión suscitará debate. “De cualquier manera”, dijo, “se está teniendo una conversación”.
Anton Thomas, un artista cartógrafo autodidacta y amante de la naturaleza. Foto: Abigail Varney/Los New York Times
Thomas pasó sus primeros años en Nelson, una pequeña ciudad portuaria de Nueva Zelanda. Para él, sus montañas y ríos eran un paraíso que eclipsaba con creces los escenarios de fantasía de los libros infantiles o los videojuegos.
Hijo de un artista, no tiene más formación que dibujar mapas, algunos de ellos ilustrados con una vivaz vida animal, desde su más tierna infancia. Entonces como ahora, dijo, entendía la cartografía simplemente como un dibujo de representación a distancia.
Los mapas ilustrados como los de Thomas son impactantes en parte porque imitan la forma en que el cerebro humano percibe el mundo, dijo John Roman, artista cartógrafo de Boston y autor de “El arte de los mapas ilustrados”.
“No vemos las líneas de latitud y longitud de los mapas”, dijo. “Vemos el mundo, en nuestra cabeza, a través de íconos”.
Para Thomas, esto equivale a una especie de “geografía emocional”, en la que los elementos con mayor peso emocional – la silueta de Nueva York, por ejemplo, o el puente Golden Gate – pueden ocupar más espacio.
Lápices de colores en el estudio de Anton Thomas. Foto: Abigail Varney/Los New York Times
“En mi mapa hay animales del tamaño de cadenas montañosas”, explica. “Pero, ¿saben qué? El león africano debería ser más alto que el Kilimanjaro, si estamos dibujando un mapa emocional”.
Casi tan extraordinario como los mapas de Thomas, dijo Tom Patterson, cartógrafo jubilado del Servicio de Parques Nacionales, es la forma en que los explica. “El entusiasmo que siente por su trabajo le sale a borbotones”, señaló.
Thomas no se propuso convertirse en artista cartógrafo. Después de la escuela secundaria, trabajó en la cocina de un pub de temática política en Wellington (Nueva Zelanda), mientras actuaba como músico.
A los 21 años, soñando con el estrellato en el rock, abandonó su tierra natal para pasar dos años de “juerga” en América del Norte.
La carrera musical no progresó. Pero la impresionante topografía del continente “sobrealimentó” su pasión infantil por la geografía, dijo, y empezó a garabatear mapas compulsivamente. “Me iba a dormir pensando en cómo las Sierras se convertían en las Cascadas”, recordaba, “o en lo vasta que era la cuenca del Misisipi”.
Dos años después, trabajando como chef en Montreal, Thomas se encontraba en una encrucijada personal y profesional. “Todavía no había ido a la universidad ni había hecho ningún plan de carrera”, contó. “En aquel momento estaba bastante preocupado. Me preguntaba: ‘¿Qué demonios voy a hacer?’”.
Thomas encontró la salida de la cocina a través de una heladera.
Un compañero que compartía el departamento había pintado de blanco una vieja heladera y le pidió a Thomas que decorara las puertas. Durante seis semanas, dibujó las Américas, con paisajes urbanos y bosques (pero sin animales), atrayendo a un público de huéspedes que le contaban sus propios viajes mientras su pluma estilográfica recorría desde la Columbia Británica hasta la costa chilena.
“Me encantó”, dijo. “Y lo otro que noté fue que a todo el mundo también le encantaba”.
Más tarde, al mudarse a Australia, Thomas perfeccionó sus habilidades de ilustrador y cartógrafo y llegó a dedicar cinco años a un mapa de América del Norte de múltiples niveles y a todo color.
Cuando comenzó la pandemia de coronavirus, estaba a punto de enviar copias de ese mapa a sus clientes, y no fue hasta julio de 2020 cuando pudo dedicarse al “Wild World”, con ayuda de un caballete y una lupa nuevos y con una agenda vacía por delante.
El 28 de julio de 2023, una vez superada la pandemia, Thomas dio los últimos toques a su mapa: seis criaturas finales, entre ellas un pájaro cantor de pecho dorado, un murciélago que pesaba menos de medio gramo y un arácnido erizado. En el cuaderno abrochado con grapas donde había registrado su trabajo, concluía con un garabato hecho con bolígrafo: “¡¡¡TERMINÉ EL WILD WORLD!!!”
Desde entonces, ha estado en “modo pequeña empresa”, preparándose para enviar copias del “Wild World” a todo el mundo. Pero la cartografía -y el sendero abierto- lo atraen y, para su próximo proyecto, espera combinar ambas cosas.
Para Patterson, ex cartógrafo del Servicio de Parques, el trabajo de Thomas es único: hecho totalmente a mano, sin copias de seguridad digitales ni herramientas de borrado, y con un nivel de detalle que inspira al espectador a acercar cada vez más la nariz a la página.
¿Hay algún otro cartógrafo que haga algo parecido? Patterson hizo una breve pausa. “No”, dijo.