La Universidad Complutense de Madrid, en España, hizo un relevamiento con foco en la salud mental de la población durante el confinamiento. Sus conclusiones se asemejan a los resultados del relevamiento de un grupo de científicos de la facultad de Psicología de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), en Argentina. Los indicadores de ambas entidades comulgan: los jóvenes entre 18 y 39 años experimentan mayor nivel de ansiedad, depresión y estrés en el encierro que el resto de los rangos etarios.
Scholas, la organización internacional de derecho pontificio que integra una red de medio millón de instituciones y redes educativas de 190 países, interpretó estos datos. Reportó que el 69% de la población estudiantil mundial quedó afectada por la pandemia y, por añadidura, por la implementación de medidas preventivas de aislamiento social, establecidas con el propósito de contrarrestar los efectos del virus. En estos tiempos de cuarentena, la salud mental, emocional y física de la población juvenil despertó el alerta de organismos internacionales y asociaciones educativas.
En este marco, motorizó el Ciberencuentro Mundial de Jóvenes por el Coronavirus, del que se desprendió un estudio sobre la valoración de los estados de ánimo de los estudiantes antes y después de cada encuentro semanal. La investigación la realizó el Comité Científico del Observatorio Wezum: según Scholas, el relevamiento ha despertado el interés del entorno académico y científico. “Es un exploratorio y descriptivo, de tipo longitudinal”, explicó la investigadora Ana Victoria Poenitz, doctora en psicología con orientación en neurociencias cognitivas aplicadas y líder del proyecto.
“Se partió de un reporte con valores más altos de la media esperada en intensidad de emociones negativas como la sensación de soledad, nerviosismo y tristeza”, suscribe el documento enviado por el observatorio de la Juventud de Scholas. El estudio -2.600 jóvenes de 137 ciudades del mundo indagados en más de treinta encuentros virtuales- evidenció una disminución del 44,6% de la sensación de soledad, un 46,07% en la de inquietud, nerviosismo o intranquilidad, y un 69,09% en la intensidad de la tristeza. En paralelo, se evaluó un incremento del 43,04% en la autopercepción de la intensidad de la esperanza, del 53,35% en actitud prosocial -las ganas de hacer cosas por los demás- y del 68,46% en la sensación de alegría.
“El aprendizaje de las capacidades para experimentar emociones positivas, a partir del encuentro y el intercambio con otros jóvenes, funciona como un recurso necesario para el desarrollo del proceso resiliente en este particular período de crisis global”, aportó la investigadora. “El aislamiento social puede ser un factor de riesgo para la morbimortalidad. Las consecuencias negativas del aislamiento para la salud son particularmente fuertes en los sectores más vulnerables, fundamentalmente, en niños y jóvenes”, agregó.
Poenitz dijo que los datos sustraídos del estudio son relevantes porque existe consenso mundial sobre el impacto de las emociones de valencia positiva en el organismo. David Bueno, doctor en biología y profesor de genética en la Universidad de Barcelona, validó: “El hecho de mantener encuentros periódicos es una de las muchas formas que hay de mantener la rutina, ayuda a que la capacidad plástica del cerebro no disminuya tanto durante este tiempo y a que la capacidad organizativa se mantenga tan óptima como sea posible”.
Bueno, reconocido experto en neurociencia, también indicó la importancia del encuentro social en la formación educativa y cognitiva de los jóvenes: “Necesitan, imperativamente, vida social con sus iguales; en la adolescencia y la juventud una de las funciones del cerebro es encontrar el sitio de cada uno dentro de su entorno, y eso incluye a sus iguales, otros jóvenes, porque será con ellos con los que van a construir la sociedad”.
El reporte también analizó cuatro factores trascendentales en la construcción de una personalidad resiliente. Desde los encuentros virtuales con jóvenes italianos, españoles, colombianos y mexicanos, experimentaron una mejora del 18,52% en su autoestima, del 20,76% en su optimismo respecto del futuro, de un 37,68% en la posibilidad de hablar de sus propias emociones, y de un 8,52% en la seguridad en sus propias creencias. A su vez, se registró un incremento del 44,6% en la autopercepción de la capacidad reflexiva e introspectiva, otro de los factores de personalidad relevante de cara a la resiliencia.
El informe de Scholas replicó la voz del neurólogo argentino y director del Instituto Neuropediátrico SOMA, Claudio Waisburg, un crítico en el uso de las redes sociales para niños y adolescentes. “En pre-cuarentena, uno siempre trataba de promover el contacto directo entre las personas sin tecnología y pantallas de por medio. Desde que se nace, se necesita estar con otras personas, en vivo y en el ahora”, afirmó.
Sin embargo, ensayó una reflexión en línea con la coyuntura de excepción que atraviesa buena parte del globo: “No obstante, uno se tiene que reconvertir, tiene que poder replantearse cada situación; adultos, chicos y adolescentes tenemos que rearmarnos, pensar en cómo transformar el miedo en acción. Todo lo que la tecnología hoy nos provee es ayuda a poder seguir en contacto con lo que nuestro cerebro necesita para estar bien y para promover emociones positivas”. “El desafío global más grande que tenemos -dijo Waisburg- es fomentar la cognición social en tiempo de distanciamiento social”.